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Mostrando entradas de 2012

Malas pulgas.

Honor. Lealtad. Confianza. Todos los miembros permanecen unidos en un grupo, que podrá variar según la llegada de nuevos integrantes o la marcha voluntaria (o expulsión) de otros. No existe familia más allá de la manada. La familia cuida de los más débiles, proporcionándoles la información necesaria para resolver las dudas de los “recién nacidos” y ocupándose de su integridad y tutela en los momentos que así se requiera. Todos obedecen al líder, elegido como tal entre los integrantes para garantizar la seguridad del grupo. Su voz predomina sobre las demás. Nadie le cuestiona, puesto que actúa guiado por la necesidad de garantizar el bienestar de la familia. Antes de aceptar a un nuevo miembro en el grupo, todos los integrantes deben estar de acuerdo y el líder tiene que aprobar su llegada. Si éste lo rechaza, los demás deben aceptar su decisión aunque no estén conformes. Los miembros pueden tener descendencia entre ellos o entre los miembros de otras familias de manera generalme

Un copo de nieve único.

Fruncí el ceño mientras contemplaba las delicadas pisadas que habían quedado grabadas sobre la nieve. Bordeaban la casa y se perdían en el jardín posterior, lo cual hizo que me pusiera alerta. Me ajusté la bufanda marrón alrededor del cuello e inspiré hondo, decidido a descubrir si la corazonada que me invadía era verdadera o no. Caminé con paso ligero hasta la parte trasera de la casa, pero me detuve en seco en cuanto la vi. Estaba sentada en la hamaca de madera, con los pies apoyados sobre el asiento y las rodillas frente al pecho, haciendo la función de atril mientras leía por enésima vez el volumen que le había regalado por Navidad. El aliento se me escapó de entre los labios, formando un vaho alrededor de mi rostro. Un vestido blanco de tirantes cubría su frágil cuerpo, cayéndole delicadamente por los muslos mientras sus pantorrillas permanecían al descubierto. Tragué saliva al descubrir su ropa íntima a través de sus tobillos separados, a juego con la tela del vestido. S

Te he visto.

La copa estalló entre mis dedos, rasgándome la piel y provocando que la sangre se mezclase con el vino del recipiente. Reprimí un quejido de dolor mientras extraía un trozo de cristal de la palma de mi mano con cuidado. Una de las profesoras exclamó horrorizada mientras se ofrecía para curarme los cortes. Sin embargo, rechacé su oferta con una educada disculpa tranquilizadora. Decidí salir del gimnasio a toda prisa para adentrarme en los vestuarios a enjuagarme las heridas. Cerré la puerta tras de mí, aislándome de los alumnos y profesores que se habían reunido esa noche para celebrar el Baile de Navidad. No tenía ganas de estar allí. Mi trabajo no consistía en vigilar a los gamberros, ni siquiera tenía porqué estar presente y, sin embargo, no había podido evitar ofrecerme voluntario para ayudar a mantener el orden, para contorlarla . Sentía ciertos impulsos que me instaban a no quitarle el ojo de encima, a velar por su integridad y protegerla si la ocasión lo requería. Sentía l

Las consecuencias de una escapada al anochecer.

La hierba estaba fría, podía notarlo. Sus pies descalzos se humedecían con las pequeñas gotas de rocío que brillaban bajo el cielo estrellado. Alzó la vista para contemplar la calma que reinaba aquella noche sobre su jardín y descubrió que ninguna nube oscura amenazaba con ocultar la luna llena. Sonrió sin saber porqué, percibiendo cómo su estómago se agitaba en su interior. Dirigió su mirada hacia el lindero del bosque, que comenzaba justo donde el jardín tocaba a su fin. Tenía una sensación extraña. Algo en su interior la impulsaba a saltarse las normas y perderse entre los árboles, ignorando las advertencias de sus seres más allegados. Se mordió el labio inferior, dubitativa. A pesar de que su casa era la más alejada de la villa nunca le había pasado nada. Las leyendas que los pueblerinos se empeñaban en inculcarle no eran más que eso; leyendas. Simples mitos para apaciguar a la gente, para hacerla débil frente a un miedo irracional e inexplicable. Su corazón empezó a bomb

Me dolía recordarle.

El verano se esfumó en apenas tres meses, dejando tras de sí infinidad de recuerdos almacenados en mi memoria. Recuerdos que compartía con mis mejores amigas, recuerdos en los que aparecía siempre Quemado y nunca mi madre, formando un batiburrillo de experiencias positivas que me hacían crecer como persona. Habría mentido si dijese que me había olvidado de él , sin embargo, con el tiempo acabó pasando a un segundo plano. Guardé su fotografía con recelo e hice varias copias, no obstante, no me veía con ánimo de contemplar su rostro. Me dolía recordarle . Me asfixiaba pensar que, a pesar de ser un extraño al que no conocía, no iba a volver a verle. A menos que le llamase. Desde el día en que Megan le había colgado el teléfono estuve tentada a hacerlo. Había tecleado su número infinidad de veces, pero nunca me había atrevido a apretar la tecla de llamada. Sentía curiosidad por saber de qué quería hablar conmigo y, sin embargo, no me veía capaz de volver a escuchar su voz. Estaba

La belleza atrapada en un tarro de cristal.

Una oscuridad espesa asfixiaba la habitación, aplastándola y sometiéndola a un mundo de tinieblas constante. Algo brilló, sin embargo, entre toda aquella penumbra. Un destello dorado traspasó la tela opaca que cubría el tarro de cristal, haciendo un esfuerzo por abrirse paso entre las sombras y proporcionar cierta calidez al entorno hostil en el que se hallaba. El centelleo se repitió un par de veces más, sin ser consciente de que un par de ojos vidriosos observaban maravillados los chispazos de luz que bombardeaban la habitación en una débil danza rítmica. Algo se deslizó entre las sombras, aproximándose al recipiente luminoso que estaba llamando tanto la atención. Una mano peluda, –más propia de un gato que de un humano–, retiró el trapo que cubría el tarro de cristal, dejando al descubierto la figura resplandeciente de un ser menudo atrapado en su interior. ¿Una luciérnaga? No. El híbrido ladeó la cabeza, observando a aquella criatura con verdadera fascinación. Le había cos

Una muerte injusta.

Hola, lectores. En esta entrada no voy a poner ningún relato, simplemente es para comunicaros que he participado en un concurso literario que organiza Fnac. Había que presentar un microrrelato donde se narrara cómo fue “nuestra experiencia en el Titanic”. Si tenéis curiosidad y queréis leerlo, aquí lo tenéis: http://factoria.fnac.es/concursos/microrrelatos-titanic/una-muerte-injusta Si os ha gustado, os rogaría que votaseis mi relato. Creo que para poder votadlo tenéis que registraros primero, pero es muy sencillo y no cuesta nada; sería un detalle para mí. Las votaciones finalizan el 25 de abril del 2012. Gracias. :) Sun.

Como una pluma.

Despegué los párpados lentamente cuando algo me rozó la mejilla con suavidad en una caricia que se me antojó increíblemente tierna. Tardé varios segundos en conseguir que mis pupilas se acostumbrasen a la oscuridad nocturna que poblaba la habitación. No obstante, una vez me hube aclimatado a la penumbra pude descifrar su silueta difuminada sentada a horcajadas sobre mi cadera. Fruncí el ceño, un tanto confundido. Habría jurado que permanecía dormida junto a mí, respirando pausadamente en un sueño tranquilo. Intenté seguir el hilo de mis pensamientos, pero se inclinó sobre mi tórax y estiró levemente el cuello para atrapar mis labios en un beso delicado que me dejó la mente completamente en blanco. Mi corazón empezó a latir con fuerza cuando me percaté de que estaba desnuda, detonante que me provocó una erección imposible de disimular. Cerré los ojos con fuerza y respiré profundamente, consciente de la gravedad de la situación. Mi mente se convirtió en un afluente de ideas, repro

Soy un bruto, un cromañón y un completo gilipollas.

–¿Qué, qué? –Yanko me miraba con los ojos como platos, anonadado, mientras que en sus labios empezaba a vislumbrarse una sonrisa cómplice.– ¿Vas en serio? Héctor le pegó un puñetazo al capó de su coche, fuera de sí. –¡Joder, Sun! –vociferó.– ¡Te lo dije! ¡Te dije que ese maldito pelirrojo no era de fiar! Le miré asustada. Cuando se ponía en plan energúmeno daba verdadero miedo. –No ha sido para tanto. –intenté quitarle importancia de algún modo.– Le estás dando un significado incorrecto a sus actos. –¿¡Un significado incorrecto!? –el rubio se quedó boquiabierto.– ¿¡Es así como llamas a que te sujete y te acaricie en contra de tu voluntad!? Ahora fui yo la que se quedó sin palabras. Dicho de esa forma parecía un acto sucio y despreciable. Se me revolvieron las tripas. –No hables de él como si fuera un depravado. –espeté, indignada.– No fue así como ocurrió y lo sabes de sobra. Me sujetó la mano y me la acarició. La mano, no mi anatomía íntima. ¿Dónde está el problema? –

Como el color de mis ojos.

Se aferró con fuerza a los barrotes que formaban la desvencijada puerta del cementerio y colocó el pie derecho en uno horizontal para poder escalarla y pasar al otro lado. Sus dos amigas llegaron hasta allí cubiertas por una fina capa de sudor, exhaustas después de una larga carrera, con el cabello pegado a la cara y respirando entrecortadamente. –¡Eh, Violet! –la llamó una de ellas–. ¿Qué coño estás haciendo? La muchacha sonrió con picardía, estirando sus labios carnosos y mostrando unos dientes pequeños y perlados. –¿No tenéis curiosidad por saber cómo es el cementerio de noche? –les guiñó un ojo y comenzó a escalar por la puerta de hierro. –Pues es exactamente igual que cuando es de día, pero sin luz solar –explicó una, intentando que entrase en razón. –Y mucho más tétrico –añadió la otra, contemplando angustiada como la joven llegaba a lo más alto de la puerta y pasaba una pierna al otro lado. –Por eso mismo –su sonrisa se hizo más amplia–. Será una nueva experienci