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Mostrando entradas de mayo, 2013

Mirlo.

La veía difusa. Su cuerpo se difuminaba con los tonos anaranjados del ocaso mientras el aire del mar revolvía su pelo lacio. Mascullé una maldición con la mandíbula apretada cuando lanzó mis lentes al océano con tanto ímpetu que estuvo a punto de perder el equilibrio y caer por el acantilado. –¿¡Se puede saber por qué has hecho eso!? –increpé, intentando llegar torpemente hasta ella sorteando las rocas. Las olas rompían contra nuestros pies envidiando a los truenos en una noche de tormenta. El agua salada salpicó mi camisa, pegándola contra mi cuerpo. Volví a maldecirla mientras procuraba no caer al vacío para poder alcanzarla. Ella rió. Alcancé a vislumbrar como daba media vuelta sobre sus talones con los brazos abiertos intentando abarcar un mundo demasiado grande para ella. Su delicado vestido ondeó al compás del viento, dejando entrever unas piernas difuminadas que me hubiera gustado contemplar. –¿¡Te has vuelto loca!? Llegué hasta ella hecho una fiera y la sujeté por

Un poco de paciencia, por favor.

El grifo de la bañera goteaba. Una y otra vez, sin descanso. Se hacía repetitivo, pero eso la relajaba como a una niña pequeña. Las gotas colisionaban contra el agua, fundiéndose con ella y aumentando levemente su volumen. Inspiró hondo. Cerró los ojos. Tragó saliva. Tanta angustia la estaba pudriendo por dentro, pero ya no importaba. Echó la cabeza hacia atrás mientras el tiempo parecía detenerse. O tal vez se hubiera detenido ya. Desvió la vista hacia sus muñecas, donde unos cortes liberaban parte de ella. Una parte que teñía el agua de carmín. No; el tiempo todavía no se había parado. El reloj seguía funcionando y su vida seguía siendo la misma. Esbozó una media sonrisa. Tenía que ser paciente. Su piel había adquirido ya el color blanquecino de la muerte. Sólo tenía que ser paciente. Para ver mis fotos, pincha  aquí.