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Mostrando entradas de abril, 2016

Hombre-león.

Hombre-león era como un volcán; coloso y pétreo. Estaba formado por una ira ardiente, que desataba con una frecuencia asombrosa. Cuando esto sucedía, cuando entraba en erupción, sólo Niña-cierva era capaz de devolverle la quietud (a pesar de que en muchas ocasiones era ella misma quien desataba su cólera). Hombre-león era duro y seco, como la tierra tras lunas sin llover. Nadie poseía el valor necesario para adentrarse en sus dominios. Nadie, excepto Niña-cierva. Esa criatura frágil y torpe era la más valiente de todas. Pese a su avanzada edad, Hombre-león tenía las patas fuertes. Había aprendido a caminar en solitario, ahuyentando a todo aquél que pretendía hacerle sombra. La única presencia que toleraba era la de Niña-cierva, cuyo candor incuestionable le producía paz en el espíritu. Las malas intenciones no tenían cabida en ella, al contrario; su generosidad era abrumadora. Además, siempre andaba junto a él, calmando cada una de sus explosiones y regalándole una atención inmere