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Hombre-león.

Hombre-león era como un volcán; coloso y pétreo. Estaba formado por una ira ardiente, que desataba con una frecuencia asombrosa. Cuando esto sucedía, cuando entraba en erupción, sólo Niña-cierva era capaz de devolverle la quietud (a pesar de que en muchas ocasiones era ella misma quien desataba su cólera).
Hombre-león era duro y seco, como la tierra tras lunas sin llover. Nadie poseía el valor necesario para adentrarse en sus dominios. Nadie, excepto Niña-cierva. Esa criatura frágil y torpe era la más valiente de todas.
Pese a su avanzada edad, Hombre-león tenía las patas fuertes. Había aprendido a caminar en solitario, ahuyentando a todo aquél que pretendía hacerle sombra. La única presencia que toleraba era la de Niña-cierva, cuyo candor incuestionable le producía paz en el espíritu. Las malas intenciones no tenían cabida en ella, al contrario; su generosidad era abrumadora. Además, siempre andaba junto a él, calmando cada una de sus explosiones y regalándole una atención inmerecida que lograba atravesarle el corazón. Por ese motivo, Hombre-león sentía el peso de la culpa sobre sus hombros.
Hombre-león tenía un deber para con ella. No era su nodriza, ni su madre y mucho menos su padre, aun así, la sentía como su responsabilidad. No importaba que fuese una cierva o una mocosa, al igual que no importaba que tuviese cuatro inviernos, quince o veinticinco. Estaría a su cargo hasta que los Dioses le llevasen.
Niña-cierva le había demostrado fidelidad, así como también una lealtad equiparable a la de cualquiera de sus guardias-bestias (o incluso superior). Por eso la respetaba tanto, por eso y por las sensaciones que conseguía despertar en él. Unas sensaciones que llevaban demasiado tiempo enterradas. Los ojos abismales eran la fuente de su inocencia y el reflejo de su interior límpido, por lo que irremediablemente la dotaba de una perfección ilusoria, al nivel de las divinidades.
Sin embargo, Hombre-león lo sabía. Sabía que Niña-cierva había estado rota mucho tiempo y que, cada vez que juntaba sus pedazos, existía la posibilidad de que volviera a romperse. Y cuando ocurría, Hombre-león retomaba la ardua labor de reconstruir sus fragmentos.
Tal vez ésa fuese su mejor virtud; tener la paciencia y la dedicación necesarias para curar a Niña-cierva.
Una capacidad que sólo tenía él.


La ilustración me pertenece. NO la uses sin mi permiso. The illustration is mine. DON'T use it without my permission.

Comentarios

  1. WOW!!
    me ha encantado este relato!! espero ver más cosas así por aquçi!
    besos
    entrelibrosm.blogspot.com.es

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  2. Me encanta como escribes, tienes mucho talento. Quería decirte que te nominé a Best Blog, si te apetece te dejo el link para que le eches un vistazo:
    http://nuestromundodepapel.blogspot.com.es/2016/04/best-blog.html
    Nos leemos!!

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    Respuestas
    1. ¡Muchas gracias, Ana!
      Eres muy amable, en cuanto pueda me paso a ver el premio. ^^

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