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Mostrando entradas de 2013

Especial Halloween.

Pensaba publicarlo la noche de Halloween, pero por diversos motivos me resultó imposible hasta día de hoy. Este relato es la segunda parte de  Como el color de mis ojos , así que os recomiendo releerlo antes de proseguir con éste: La mecha de la vela prendió instantáneamente en cuanto aproximó la llama de la cerilla. Era el último cirio que quedaba, así que Violet contempló su alrededor satisfecha consigo misma. Sonrió levemente antes de soplar la cerilla. Observó el humo grisáceo que surgió como consecuencia, absorta en sus propios pensamientos. Fue extraño. Llevaba semanas esperando que llegase aquella noche y cuando por fin había transcurrido el tiempo notaba unos nervios extraños apoderándose de ella. ¿Qué le pasaba? Todos los años celebraba Halloween y, sin embargo, sabía que esa noche iba a ser más especial que de costumbre. Inspiró profundamente y encendió el equipo de música. No se acordaba que tenía puesto un disco instrumental, así que cuando empezó a sonar la triste

Putrefacción era su nombre.

Hacía tiempo que había muerto. Era extraño, porque sus órganos seguían funcionando incluso después de tomar la decisión de abandonar el mundo. Se sentía frustrada. Una parte de ella había empezado a descomponerse por voluntad propia y, sin embargo, la otra se empeñaba en mantener su organismo activo. Era realmente agotador estar muerta en vida. Quería ponerle fin, pero sentía que todavía no había llegado el momento oportuno. Esperaba algo, pero no sabía qué. A veces creía que sucedería algún acontecimiento en un futuro cercano lo suficientemente importante como para volver a poner en funcionamiento sus conexiones sinápticas. Pero el tiempo pasaba. Y, aunque la realidad seguía siendo la misma, su mundo interior se desmoronaba. Alguien había apretado el botón de detonación. Alguien había decidido que su refugio no era lo suficientemente bueno para aislarla del resto y ese alguien había sido ella. Estaba furiosa consigo misma porque no era capaz de ser valiente. ¿Quieres la mu

¿Una comida a tres? Mala idea.

Las tres primeras horas de clase transcurrieron con bastante normalidad. Fui a la biblioteca a estudiar durante mi hora convalidada de inglés y a pesar de que tenía la esperanza de volver a toparme con Max, no hubo suerte. Era curioso lo que sentía. Realmente me sorprendía de mí misma cuando ese cálido hormigueo se apoderaba de mi estómago cada vez que pensaba en él. Quería verle. La calma que transmitía aliviaba mi malestar y, sin embargo, algo en mi fuero interno rechazaba su compañía. Tal vez fuera el hecho de no conocerle lo suficiente como para brindarle mi confianza, pero aún así siempre solía encontrarme entre la espada y la pared cuando se trataba de él. Revolucionaba mi pulso. Lo había hecho desde el primer día que me había topado con él y en esa ocasión no fue distinto. Yanko, Héctor y yo pasamos la media hora del patio juntos. Hablamos bastante y el rubio siguió con el sarcasmo por bandera. No me molestaba su compañía y, de hecho, pareció controlarse las ganas de hacerm

Los hombres le gustaban así.

Los hombres le gustaban así, con carácter. Tenían que tenerlo fuerte para cortar de raíz sus momentos de histeria, pero sin rozar la agresividad. La inteligencia debía de ser una de sus cualidades puesto que a mayor cultura, menor era el nivel de borreguismo. Y ella no quería eso. Le gustaba que fueran lectores, que cultivasen su mente y tuvieran interés por esos pequeños mundos llamados libros. Observar a un hombre en su lectura era un acontecimiento que se le antojaba terriblemente morboso y siempre acaba interrumpiéndolos para que centrasen su atención únicamente en ella. Tenían que saber hacerla reír –el humor era fundamental–, sin embargo no debían pasarse de graciosos. Eso de “lo poco gusta y lo mucho cansa” se aplicaba en ese caso. Los hombres le gustaban adultos, varios años (muchos) mayores que ella. La madurez y la experiencia de un hombre curtido no podían proporcionársela los chicos de su edad. De hecho, no se sentía completa si no tenían dicha característica. No sab

Regla número cinco: segunda parte.

Hacía frío. Sus ojos tuvieron que acostumbrarse a la oscuridad antes de poder ver dónde se encontraba. Sin embargo, hacía frío. Lo notaba en su piel. Era mordiente y atravesaba su carne hasta llegar al hueso. La humedad se le pegaba en el pelo, aplastándolo contra su delicado rostro. Sus labios expulsaban vaho con cada respiración rota. Las rótulas se resintieron. Todavía permanecía arrodillada, con las manos sobre un suelo pedregoso. Se le antojó sucio. Notó su camisón pegado a su cuerpo, empapado en una mezcla de sudor y rocío. No obstante, los ruidos provenientes del espejo ya no se escuchaban. Se puso en pie lentamente y alcanzó una pared a su derecha, con la yema de los dedos. Al fondo se veía un poco de claridad. Estaba en un túnel. Tragó saliva al comprenderlo, procurando no hacer el más mínimo ruido. No era un túnel, exactamente. Nina se encontraba al otro lado de la muralla del castillo, en una de las cloacas que desembocaban en el lindero del bosque. La jove

Regla número cinco: primera parte.

Regla número uno: nadie puede salir del castillo durante la noche. Regla número dos: los señores de alta alcurnia permanecerán encerrados en sus aposentos desde el ocaso hasta el alba. Los únicos que merodearán por los pasillos serán los guardias. Regla número tres: todas –absolutamente todas– las puertas estarán debidamente cerradas con llave, atrancadas con algún mueble o ambas cosas, (así como también las ventanas). Regla número cuatro: los espejos del castillo deberán ser cubiertos con telas o paños. Las reglas anteriores deberán cumplirse sin excepciones. Diversos cirios iluminaban la alcoba principal de manera uniforme, repartiendo la escasa luz por los rincones más oscuros. El fuego de la chimenea caldeaba la estancia, haciéndola más acogedora. –Repítelo otra vez. Nina miraba a su hermano mayor con expresión somnolienta mientras Púrpura descansaba sentada sobre su hombro. Aquella pequeña hada estaba tan agotada como ella. –Estoy harta de repetir todas las no

Me alquilo.

Me alquilo. Soy una chica extrovertida, de esas que ríen a carcajadas cuando la situación es lo suficientemente divertida. Cuido mucho mi higiene personal y no soporto a las personas que no lo hacen. Llevo las uñas arregladas y unos labios carnosos esculpidos en el rostro. Mis pestañas alcanzan el infinito y sé cómo utilizarlas para agradar a la gente. Amable. Cariñosa. Dulce. Mi mayor virtud es la lealtad y el valor que demuestro a la hora de afrontar los problemas. Con carácter. Dinámica. Licenciada en Bioquímica, con trabajo y coche propio. Domino el inglés y el italiano. Amante del arte en todas sus vertientes, de la música clásica y del jazz. Devoradora de libros y soñadora en potencia. Cinéfila empedernida. Cabezota. Defensora de mis ideales. Ordenada dentro de mi propio caos interno (necesito mejorar esto) y tolerante con las diferencias que nos hacen únicos. Inestable en las relaciones sociales y/o amorosas. Activa en la cama. Bisexual. ¿Qué busco? Busco un acompaña

La punta del iceberg.

Bebí un poco de café mientras revisaba los papeles que tenía sobre la mesa, absorto en mis propias cavilaciones. Estaba tan sumido en mis pensamientos que me llevé un pequeño susto cuando Fernando depositó una mano sobre mi hombro, apretándolo un par de veces con suavidad. – Buenos días, chaval –sonrió de manera amable mientras se sentaba frente a mí–. ¿Te pillo muy ocupado? Le devolví la sonrisa sin esfuerzo. Me alegraba verle con tanta energía. – Estaba revisando unas anotaciones –confesé–, pero puedo dejarlas para más adelante. ¿Qué ocurre? Su expresión cambió. Algo le reconcomía por dentro. Estaba claro que quería hablarme de un tema importante. Su sobrina, pensé. Apoyé la espalda sobre el respaldo de la silla, procurando disimular la inquietud que sentía en ese momento. – Verás... –se pinzó el tabique nasal mientras cerraba los ojos con fuerza durante unos segundos. Estaba preocupado. Sus gestos le delataban–. Me gustaría que hablásemos de Sun. – Claro –reaccioné

Sever & Synne: segunda parte.

Lucan había sido amable, pero su compañía la incomodaba. Era un maestro adulador y su afán por intentar llegar hasta ella era demasiado persistente. Además, el hecho de que tratase a todas las damas de la misma forma era algo que la irritaba sobremanera. No, no estaba hecho para ella. O al menos la pequeña Synne no tenía el más mínimo interés en él. Era capaz de ver su atractivo; de hecho, comprendía hasta cierto punto que el resto de muchachas –y no tan muchachas– suspirasen cada vez que pasaba junto a ellas, pero su cabeza estaba hueca. Vacía. Su conversación se limitaba a unos cuantos piropos y a otros tantos alardes que no llevaban a ninguna parte. Ella quería historias . Las quería. Las buscaba y anhelaba con todo su ser vivir una. Por eso leía tanto. Por eso prefería permanecer cobijada bajo las ramas de un árbol sumergida en una, que pasear con ese muchacho a la merced del hastío de una mala conversación. Alzó la vista de las letras al escuchar unos pasos pesados aprox

Sever & Synne: primera parte.

Los rayos del sol traspasaban las copas de los árboles débilmente, acariciando su piel con delicadeza mientras dejaban a su paso cierta calidez gratificante. La corteza del tronco torturaba sus vértebras, pero merecía la pena esa pequeña molestia sólo por el placer de poder cobijarse bajo su sombra mientras leía el viejo volumen que había cogido prestado de la biblioteca. De hecho, estaba tan inmersa en su lectura que había logrado evadirse completamente de la realidad. *** El calor del mediodía abrasaba su armadura como si de un horno se tratase. Llevaba varias horas de pie, haciendo su guardia y, a pesar de que tenía permiso para retirarse a descansar, su testarudez le obligaba a seguir bajo el sol, vigilándola a una distancia prudencial. La seriedad era su máscara. Solía apretar los dientes y tensar los músculos de la mandíbula sin apenas percatarse. No obstante, un amago de sonrisa afloró en su interior cuando la joven estiró las piernas sobre la hierba, dejando al de