Ir al contenido principal

¿Una comida a tres? Mala idea.

Las tres primeras horas de clase transcurrieron con bastante normalidad. Fui a la biblioteca a estudiar durante mi hora convalidada de inglés y a pesar de que tenía la esperanza de volver a toparme con Max, no hubo suerte.
Era curioso lo que sentía. Realmente me sorprendía de mí misma cuando ese cálido hormigueo se apoderaba de mi estómago cada vez que pensaba en él. Quería verle. La calma que transmitía aliviaba mi malestar y, sin embargo, algo en mi fuero interno rechazaba su compañía. Tal vez fuera el hecho de no conocerle lo suficiente como para brindarle mi confianza, pero aún así siempre solía encontrarme entre la espada y la pared cuando se trataba de él. Revolucionaba mi pulso. Lo había hecho desde el primer día que me había topado con él y en esa ocasión no fue distinto.
Yanko, Héctor y yo pasamos la media hora del patio juntos. Hablamos bastante y el rubio siguió con el sarcasmo por bandera. No me molestaba su compañía y, de hecho, pareció controlarse las ganas de hacerme rabiar. Caminábamos los tres por el recibidor cuando pasamos por al lado del pasillo de los profesores. Íbamos directos a nuestra siguiente clase cuando Fernando nos sorprendió a los tres. Di un respingo sin poder evitarlo en el momento en que se metió los dedos en la boca y silbó para llamar mi atención.
Me llevé una mano al corazón del susto tan repentino. Me giré hacia él y le vi hacerme un gesto para que me acercase. El pelirrojo estaba a su lado. Maldición. Otra vez esa sensación, esa disyuntiva entre la atracción y el rechazo.
¿Por qué te llama mi profesor de dibujo? –Héctor arqueó una ceja, extrañado–. Desde luego hoy estás que te sales.
¿Su profesor de dibujo? Le miré con los ojos muy abiertos. Lo había olvidado. Fernando también daba clase a los de segundo de bachiller.
Ahora vuelvo.
Me alejé de mis amigos sin darles más explicaciones. Yanko podía aclararle las cosas a ese rubio cotilla en mi ausencia mientras yo averiguaba qué quería Fernando esta vez. Me acerqué a ellos caminando de manera automática. Me daba realmente pánico verles a los dos juntos. Tenía miedo de que Max le hablase de la noche del botellón, de mis amigas borrachas y del ridículo estrepitoso que hicieron. Aún así, supuse que si no se lo había dicho en un principio, no tenía por qué contárselo a esas alturas.
Tragué saliva y sonreí de manera forzada como único saludo. Fernando me devolvió una sonrisa enorme y él se limitó a arquear una ceja. Me había pillado. Estaba claro que fingir no era lo mío.
¿Tienes un momento, Sun?
Volví a tragar saliva intentando deshacer el nudo que me atravesaba la garganta. Afirmé con un leve movimiento de cabeza. ¿Qué quería esta vez?
Me preguntaba si habías considerado mi propuesta de ir a comer juntos.
Se me cayó el alma a los pies. No, eso no. Por favor. Había pasado una noche horrible, la peor en muchísimo tiempo y lo que menos me apetecía era tener un pedazo viviente de mi pasado comiendo conmigo. Pero, ¿qué podía hacer? Ya había rechazado su invitación en una ocasión, rechazarla otra vez sería algo grosero. Y, aún así, no me veía con fuerzas.
Mi silencio pareció alertarles. Max me observaba detenidamente. Me escrutaba. Sus ojos llegaban más lejos que los de cualquier otra persona. Ahondaban en mi interior y parecían advertir mis pensamientos antes siquiera de convertirlos en meras ideas.
¿Ocurre algo? –Fernando se preocupó, o al menos lo fingió muy bien–. Podemos ir adónde quieras. Te dejo elegir el restaurante.
Oh, no. Demonios, no. No se trataba del restaurante, sino de la compañía. Clavé la vista en el suelo. Llevaba demasiado tiempo callada, pero no sabía como darle una respuesta sin hacerle daño.
No he dormido bien –me limité a decir–. He pasado una mala noche y estoy cansada, así que me gustaría comer tranquila en mi casa.
Fue un acierto. Supe escoger bien las palabras adecuadas, pero no fui tajante. O no supe serlo. Fernando volvió a insistir:
Venga, será divertido –mintió. Era lo típico que se decía en esos casos–. Así podrás distraerte de las clases y pasarás un rato agradable. Además, podríamos ir a comer los tres.
Los tres. ¿Qué tres?
El corazón me dio un vuelco cuando lo comprendí. Miré a Max repentinamente y descubrí que su expresión sosegada había sufrido un ligero cambio. Estaba alerta. Parecía más que obvio que mi tío no lo había consultado con él.
Fernando, no creo que sea una buena idea –fue la primera vez que intervino y no pude estar más de acuerdo con él–. No quiero meterme por medio y mi presencia sólo haría más incómoda la situación.
Todavía seguía intentando digerir esa estúpida idea. ¿A santo de qué íbamos a comer los tres juntos? ¿Qué pintaba el pelirrojo en un restaurante con nosotros? No me sentía preparada para ir a comer con Fernando, ¡como para irme a comer también con Max! Imposible.
Mi tío pareció sorprendido. Supuse que una negativa tajante era lo último que se esperaba de su compañero. Recordé las palabras que me había dedicado Max el viernes pasado, cuando nos encontramos en el parque. Me aconsejaba mejorar la relación con Fernando. Estábamos en el mismo centro escolar y si no hacíamos algo para solucionar la situación ésta se iba a volver muy incómoda para ambos.
No tenía ganas de comer con él, pero tal vez si cedía un poco acabaríamos desarrollando una relación familiar medianamente normal.
Anímate, venga –su interés parecía sincero. A lo mejor había cambiado en estos últimos años.
Miré a Max. Lo hice de manera reticente por miedo a qué podía encontrar reflejado en sus ojos glaucos, pero lo hice. Estaba tranquilo, muy sereno. Nunca comprendí esa habilidad que tenía para calmarme sin utilizar las palabras. Era realmente extraño.
Está bien –accedí, un tanto dubitativa–. Con la condición de que comamos en mi casa.
Fernando sonrió. No se esperaba que cambiase de opinión y aceptó sin pensárselo dos veces.
Como quieras.
Comemos y después te vas –añadí. Fui un tanto brusca, así que rectifiqué como pude–. Tengo trabajos que hacer.
Parpadeó varias veces.
Está bien, no te preocupes. Me iré pronto.
Antes de que pudiera reaccionar me vi envuelta en un abrazo asfixiante. Me quedé paralizada mientras procuraba disimular mi expresión facial. El pelirrojo me veía por encima del hombro de mi tío y no quería que notase mi repulsión. Cerré los ojos y traté de concentrarme en algo agradable mientras evitaba pensar en el contacto físico que estaba sufriendo.
Te espero en el parking de los profesores al salir de clase –dijo al finalizar el abrazo.
Me fui sin ni siquiera despedirme. No tenía nada más que añadir así que permanecer allí era una pérdida de tiempo.



* * *


Paula lo vio todo. Sus amigos todavía permanecían en el recreo cuando ella se había adelantado para ir a retocarse el maquillaje en el cuarto de baño. Al salir, la vio.
Sun hablaba con dos docentes. Reconoció a uno. El moreno era el profesor de dibujo que daba clases a Rubén y a Martín y, por consiguiente, también a esa mocosa. Al pelirrojo lo había visto en alguna que otra ocasión por los pasillos del instituto o entrando en un despacho. Siempre le había parecido atractivo, pero no había coincidido con él en ninguna clase. Frunció el ceño, apretando los dientes mientras notaba que algo en su interior prendía como un fósforo encendido. Se sintió frustrada. Le dio rabia que ese hombre hubiera conocido a esa petarda antes que a ella.
La vida le pareció injusta.
Se escondió disimuladamente detrás de una esquina para observar mejor la escena sin ser descubierta. No sabía de qué estaban hablando esos tres, pero Sun y el hombre pelirrojo intercambiaban miradas furtivas mientras el otro profesor hablaba.
Prestó más atención, suponiendo que ahí se cocía algo. Y entonces lo vio. Vio como el profesor de dibujo abrazaba a ese bicho de medio metro. Abrió mucho los ojos, puso cara de repulsión. Había estado en lo cierto. Entre esos tres se cocía algo muy gordo.

Comentarios

  1. ¡Has cumplido mis deseos! :)) Tenía muchísimas ganas de leer algo nuevo de Sun.
    Ya no sé cómo decirte lo mismo de siempre. Me metes por completo en tu historia sin ninguna dificultad, y aunque Fernando me cae bien, no puedo evitar sentir en mi propia piel los sentimientos de repulsión de Sun, ese abrazo asfixiante, la mirada de Max... palabras perfectas. Ni una coma fuera de su sitio.

    Me ha gustado mucho. (=
    PD: tienes un poco de leísmo. Al principio del texto hay varios ejemplos: *verle, *conocerle. Es complemento directo: verlo, conocerlo...

    ResponderEliminar
  2. Muchas gracias por tu comentario, Laura.
    Con respecto a lo del leísmo, la verdad es que nunca estoy segura de cómo ponerlo, porque el corrector me lo da por bueno. :/ De todas formas, me encanta que me digas los fallos.
    Un beso, bonita. :*

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Reseña de «Sin conciencia: el inquietante mundo de los psicópatas que nos rodean».

Título: Sin conciencia: el inquietante mundo de los psicópatas que nos rodean. Autora: Robert D. Hare. Editorial: Paidós (Espasa Libros). Traducción: Rafael Santandreu. Género: ensayo (psicología). Número de páginas: 282. Encuadernación: Tapa blanda con solapas. Precio: 17’10€. Sinopsis: A la mayoría de la gente le atraen y a la vez le repelen las imágenes de asesinos fríos y sin conciencia que pueblan películas, programas de televisión y titulares de prensa. Con su flagrante violación de las normas sociales, los asesinos en serie se hallan entre los ejemplos más espectaculares del universo de la psicopatía. Los individuos que poseen este trastorno de la personalidad se dan cuenta de las consecuencias de sus actos y conocen la diferencia entre el bien y el mal, pero son personas carentes de remordimientos e incapaces de preocuparse por los sentimientos de los demás. Quizá lo más espeluznante sea que, muchas veces, para sus víctimas son sujetos completamente no

Reseña de «Cartas a Theo».

      Título:   Cartas a Theo. Autor: Vincent van Gogh. Editorial: Alianza. Traducción: Francisco de Oraá. Género: autobiografía, drama, arte, epistolar. Número de páginas: 486. Encuadernación: Tapa blanda. Precio: 13’30€.   Sinopsis: Conservada gracias a una serie de azarosas circunstancias, la correspondencia de Vincent van Gogh (1853-1890) con su hermano menor Theodorus constituye un testimonio sin par de la existencia del genial pintor, pero también de su evolución pictórica y espiritual. En ella están las crisis personales y de conciencia, los incesantes apuros económicos, las esperanzas y las decepciones, pero sobre todo la pasión febril de Van Gogh por la pintura. Sus cuadros y dibujos, valorados poco o nada en vida, han acabado convirtiéndose, paradójicamente, en piezas preciadas de las colecciones artísticas, además de alcanzar cifras millonarias en las subastas e instalarse entre las que gozan de mayor favor del público. La presente selección, que reún

Reseña de «Tan poca vida».

Título: Tan poca vida. Autora: Hanya Yanagihara. Editorial: Lumen. Traducción: Aurora Echevarría. Género: ficción, drama, LGBT. Número de páginas: 1008. Encuadernación: Tapa blanda con solapas. Precio: 24’90€. Sinopsis: Para saber… Qué dicen y qué callan los hombres. De dónde viene y adónde va la culpa. Cuánto importa el sexo. A quién podemos llamar amigo. Y finalmente… Qué precio tiene la vida cuando ya no tiene valor. Para descubrir eso y más, aquí está Tan poca vida , la historia de cuatro amigos que crecen juntos en Manhattan y comparten una idea muy peculiar de la intimidad, una manera de estar juntos hecha de pocas palabras y muchos gestos. Esta novela, que sigue el hilo de la gran literatura norteamericana, ya es un éxito rotundo en otros países y ha llegado a nuestras librerías para dar un nuevo sentido al silencio y un especial valor a las emociones. Opinión personal: Decidí leer Tan poca vida por la sinopsis. ¿Sabéis cuando cie