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Mostrando entradas de marzo, 2016

Niña-cierva.

Niña-cierva era como un lago; tranquila y profunda. Albergaba oscuridad en su interior, frío y sed. Era un paraje moribundo, casi yermo. La noche más larga. El helor de la muerte. Niña-cierva era frágil y quebradiza, como la rama reseca de un matorral. Cualquier incauto podía fracturarla si no se andaba con ojo, por eso Hombre-león se esmeraba tanto en alejarla del mundo. Niña-cierva tenía alas, pero no sabía volar. ¿Cómo iba a saber si apenas había aprendido a caminar? Hombre-león siempre la ayudaba con el hocico cuando sus débiles patas la hacían caer al suelo. La levantaba con paciencia y se aseguraba de que ninguna pérfida sabandija interrumpiese su aprendizaje, espantando a los entrometidos con su mal genio. De ese modo, Niña-cierva estaba cuidada a todas horas, en un mar de algodones que la alejaban de la oscuridad. Niña-cierva se sentía a salvo cuando Hombre-león la vigilaba y disfrutaba enormemente de esa relación paternofilial que mantenía con él, pues veía verdadera de