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Una horrible pesadilla.

Llegué a un claro del bosque después de llevar un buen rato caminado. No iba sola; seis chicas me acompañaban, cada una más guapa que la anterior. Algo se movió detrás de un arbusto, haciendo zarandear sus hojas de manera ruidosa. Nos quedamos paralizadas, esperando, con el corazón en un puño. Un par de hombres salieron de su escondite, armados con pistolas y con una sonrisa sádica que helaba la sangre. Eran ellos. Otra vez. El cabecilla y su cómplice. Ambos deformes. Me entró pánico y eché a correr como una exhalación, terriblemente asustada. Las chicas me imitaron, conscientes del peligro y ellos hicieron lo mismo. Nos perseguían. Eran rápidos, pero, afortunadamente, yo lo era más. No tardé en escuchar varios disparos, coreados por gritos agudos. Nos estaban cazando una a una. Me giré durante una fracción de segundo y comprobé que sólo quedaban tres chicas corriendo detrás de mí. Intenté que permaneciérmamos juntas, pero acabaron por separarse y perderse entre los árboles, deján

Entre un bonito sueño y una horrible pesadilla.

El otoño había anidado en mi corazón, tiñéndolo de ocre y tierra e impregnando su textura con gotas de lluvia polvorientas. Cerré la ventana del dormitorio, consciente de que el frío había calado hasta mis huesos mientras dejaba escapar un suspiro, que salió entrecortado de mi garganta. Estaba nerviosa. Caminé hacia el comedor, decidida. Sentía que tenía que hacerlo , y allí estaba él, sentado en el sofá, leyendo un libro. Tragué saliva inconscientemente, notando como mi corazón se descontrolaba. Llevaba varios meses viviendo con él y me dolía. Me dolía verle todos los días, a todas horas. Estar a su lado y no poder acariciarle. Era insoportable aspirar su perfume sin que se diera cuenta, o contemplarle de reojo por miedo a encontrarme un rotundo rechazo si nuestras miradas se cruzaban. Pero tenía que hacerlo . Intentarlo, al menos. Me senté a su lado y me quedé mirando a la nada, esperando a que dijera algo. Señalizó la página en la que se encontraba y cerró el libro, depositán

¿Celos?, lanzamientos inesperados y una buena dosis de forcejeos.

Guardé un par de libros en la taquilla y después la cerré con llave, para posteriormente entrar en la clase que me correspondía. Me senté al lado del cubano, en la segunda fila, pegada a la pared. Nos encontrábamos en una de las últimas horas de la jornada, y ya estábamos más que hartos. Teníamos unas ganas inmensas de que terminase el día para poder irnos a casa, pero el tiempo parecía discurrir con demasiada parsimonia, haciendo que los minutos fueran demasiado tediosos. Me recosté un poco en la silla y decidí dejar pasar la clase sin atender a las explicaciones del profesor. Es más, mi mente estaba tan alejada de la realidad que ni siquiera fui consciente de que llamaron un par de veces a la puerta hasta que ésta no se abrió lentamente. Mi corazón, ralentizado por el aburrimiento, despertó de improvisto como sacudido por una descarga eléctrica, haciendo que latiera desbocado: Max acababa de hacer acto de presencia. Miré a Yanko, visiblemente asustada. Su expresión era tan desconc

Sun's nightmare.

Le vi en el patio del instituto, en las pistas de fútbol, hablando con mi tío. Hacía viento. Y frío. Su pelo se zarandeaba de un lado a otro, revolviéndose y tapándole los ojos de vez en cuando. La ropa también le ondulaba debido al aire. Me miró durante unos instantes y se me encogió el corazón. Sonrió, observándome desde la distancia con detenimiento, ignorando las palabras de Fernando. Algo en mi interior me empujaba hacia él, tal vez la necesidad de tenerle cerca. Miré a mi alrededor, preocupada. Sentí un grato alivio al comprobar que no había nadie más en el patio que pudiera verme. Sólo estábamos nosotros tres, así que me armé de valor y caminé hacia ellos, un tanto insegura. Su sonrisa se hizo más amplia, proporcionándome la confianza que me faltaba para llegar hasta él. Mi tío continuó con su monólogo, sin reparar en mi presencia. Parecía estar obcecado en algo. Hablaba, pero no le entendía. No era capaz de escucharle, puesto que mis sentidos estaban pendientes de él. Max tam

Jack (II).

Entraron en el piso a trompicones, abrazados, comiéndose el uno al otro con desesperación, sin dejar que el aire se interpusiera entre sus cuerpos, presas de los efectos del alcohol mezclados con una buena dosis de desamor. –Ven, vamos al dormitorio –urgió ella, apretando su mano y conduciéndolo hacia allí. Él se detuvo en seco. Siempre había pensado que el dormitorio merecía guardar recuerdos hermosos, compartidos con la otra mitad de su corazón, no una prueba cutre de la necesidad entre dos personas. –No –se negó, acordándose de ella y reservándose esa estancia para un futuro que tal vez nunca llegaría. Dio media vuelta y caminó hacia el comedor, arrastrando a la muchacha tras él. Una vez dentro, la levantó en brazos y la depositó sobre la mesa de madera, arrancándole besos furtivos y obligándola a que sucumbiera a sus encantos. –¿No quieres saber mi nombre, Jack? –le preguntó mientras le desabrochaba la camisa con impaciencia. –No. Cállate –contestó, agrio, mientras le

El local.

–Ten cuidado, aquí hay un escalón. Tiró de sus manos con suavidad, arrastrándola lentamente hacia el desnivel del terreno que dificultaba el acceso al interior del edificio. La joven, con una venda ocultando sus ojos, alzó el pie y alcanzó el escalón sin problemas gracias a la ayuda de su guía. –¿Me vas a decir ya adónde me llevas? –preguntó sonriente, sin poder reprimir su curiosidad. El hombre que la acompañaba abrió una puerta acristalada, aguantándola contra la pared para que ella pudiera pasar. Le colocó una de sus manos detrás de su espalda para que supiera que seguía a su lado, que no se había ido, y la empujó cuidadosamente hacia el interior del local. Una vez dentro, el hombre cerró la puerta sin romper el contacto físico que les unía, situándose justo detrás de ella y acariciándole la venda que reposaba sobre sus párpados, lentamente. –Ya hemos llegado –anunció, en un susurro sobre su oreja. Sin querer le rozó el lóbulo con los labios, provocando que una descarga el

Jack.

Entré en aquel antro en busca de alguna bebida alcohólica que me nublase la mente y perjudicara mi organismo. Su ausencia durante los últimos años me había dolido tanto que consideré la posibilidad de suicidarme. No obstante estaba decidido a encontrarla, descartando esa opción y sustituyéndola por una más racional, más propia de mí. Me acerqué a la barra y me senté en un taburete. El ambiente estaba muy cargado, el olor a tabaco impregnaba el local. Empezaron a escocerme los ojos. –Un whisky –exigí, de mala gana. No era el mismo de antaño. Mi vida había cambiado tanto que mi humor y mi carácter se trastocaron con el paso de los años. Si hubiera sido el de antes me hubiera odiado a mí mismo. El camarero me sirvió la bebida en un vaso con dos cubitos de hielo. –Llénalo más. Tragó saliva y obedeció. Cuando terminó me llevé el recipiente a la boca y me bebí la mitad de un trago. Noté que me abrasaba la garganta, pero no le di importancia. Me sentía vacío, y ese vacío tenía qu

Ojo por ojo y diente por diente.

Héctor arrojó su mochila dentro del maletero, de golpe, y lo cerró dando un fuerte portazo. Él también había tenido la semana llena de pruebas académicas y el estrés del estudio le había puesto de mal humor. Odiaba que se le acumulasen los exámenes en una misma semana. Abrió la puerta del piloto y se sentó en el asiento. Se llevó los dedos a las sienes y suspiró. Al menos el pasado martes había sido el cumpleaños de Sun y le había podido regalar algo bonito. Merecía la pena haber pasado por todo ese estrés sólo para verla sonreír con la timidez que tanto le caracterizaba. Arrancó el coche, encendió la música, introdujo un cedé lleno de heavy metal y metió primera. * * * El corazón estaba a punto de escapárseme por la garganta de un momento a otro. Tenía la esperanza de estar sufriendo una alucinación, pero desgraciadamente mi vista no me fallaba: Paula, Bea, Martín y Rubén caminaban varios metros detrás de mí. Tuve la tentación de echar a correr, pero mi casa estaba demas

Mátala.

Un soplo de aire fresco entró rápidamente por la ventana, haciendo ondear las cortinas blancas. – Mátala. Abrió los ojos de golpe, asustada, presa de una pesadilla. – Mátala. Se incorporó de la cama. La voz había sido real. Echó un vistazo rápido a su compañera de habitación, pero dormía plácidamente acurrucada entre las sábanas. No había hablado ella, por lo tanto, había alguien más en el dormitorio. Se quedó paralizada, sin atreverse a mover ni un solo músculo. Incluso le dio la sensación de que su corazón había muerto durante un breve lapso de tiempo. – Mátala –sonó con más fuerza. Su órgano bombeó la sangre con histeria, completamente descontrolado. Venía del cuarto de baño. Había un hombre escondido ahí, entre las sombras, esperándola. Tragó saliva. ¿Cómo había llegado hasta allí? ¿Por la ventana? – Mátala. Una sombra alargada se deslizó por el suelo de la habitación, lo que significaba que fuera quien fuese el que estaba oculto en el lavabo, estaba saliendo de su

Héctor, el impulsivo.

-Controla esa mala leche la próxima vez, ¿entendido? -frunció el ceño, molesto.- Y no vuelvas a faltarme al respeto. Se cruzó de brazos, a la defensiva. -Y tú no vuelvas a acercarte a Sun. Se me escapó una risa. -Héctor, en serio, te estás confundiendo. -¿Eso crees? -me miró con odio.- Sé cuáles son las intenciones que tienes con ella. Ahora sí que me había hecho reír. -¿De verdad? -arqueé una ceja. Desde luego el muchacho no daba una.- ¿Y qué intenciones tienes tú? Soltó un gruñido, desconcertado. Mi pregunta le había pillado por sorpresa. -Vete a clase, anda. -ordené.- Ya llegas muy tarde. Sorprendentemente Héctor me obedeció, supongo que porque la conversación se había desviado por un camino que no le convenía. Cuando subió las escaleras, observé a Yanko y a Sun discutir acaloradamente en la puerta. No parecían ponerse de acuerdo. Tuve la tentación de ir a ver qué le había sucedido a ella, porqué quería irse a su casa, pero me guardé mi curiosidad para cuando nos volviéra

Me gusta la monogamia cuando es contigo.

Abrí los ojos lentamente, todavía medio dormida. Me costó un esfuerzo sobrehumano despegar los párpados, ya que me sentía terriblemente agotada. –Buenos días –sonrió. Sus labios fueron lo primero que vi. Y luego el bigote y la perilla, enmarcándolos como si se tratara de un hermoso cuadro. Me llevé las manos a la cara y me froté los ojos con los dedos, procurando disipar cualquier pizca de sueño que me quedase en ellos. –¿Te apetece desayunar? –preguntó, en un suave susurro. Hizo ademán de levantarse de la cama, pero le detuve sujetándole rápidamente por el antebrazo. –Sólo si el desayuno eres tú. Volvió a tumbarse de lado, mirándome un tanto sorprendido. Me vi reflejada en sus pupilas y fui consciente de lo mucho que me quería. –Eso se puede arreglar –su sonrisa se hizo más amplia, cortándome la respiración. Me rodeó la cintura con un brazo y apoyó su mano sobre mi espalda desnuda, otorgándole a mi piel un poco de calidez inmediata. Me atrajo hacia él con suavidad,

Good bye, Prince Charming.

Salimos del restaurante después de cenar, cogidos de la mano y con una sonrisa dibujada en la boca, completamente satisfechos. Me cedió amablemente su cazadora debido al frío, colocándola sobre mis hombros con dulzura. –Te acompaño a casa –susurró en mi oído, regalándome una de sus hermosas miradas. Un rayo desgarró el cielo nocturno mientras las nubes liberaban chorros de agua en cuestión de segundos, empapándonos por completo casi al instante. –Ven –apreté su mano y tiré de él hacia el centro de la calle, situándonos en mitad del asfalto ya que a esas horas apenas pasaban coches–. Quiero un beso bajo la lluvia. Rodeó mi cintura de manera protectora al tiempo que enredaba mis brazos entorno a su cuello. Me puse de puntillas y acaricié sus labios con los míos, haciendo memorable el momento y disfrutando de cada detalle mientras miles de gotas polvorientas nos calaban la ropa y se incrustaban en los poros de nuestra piel. Nos separamos para poder respirar, él sonriente y yo con

Humo blanco.

Un golpe seco la despertó de su apacible sueño, provocando que se incorporase sobresaltada. Alargó la mano con torpeza hasta la mesita de noche para poder alcanzar las cerillas y prender una rápidamente. Un destello de luz anaranjada iluminó la habitación, haciendo retroceder la oscuridad. Aproximó el fósforo a la mecha de la vela, que ardió instantáneamente, alumbrando todavía más el cuarto. Se levantó de la cama y caminó hacia el vano de la puerta, indecisa. Estaba segura de que el ruido había sido real y estaba dispuesta a averiguar qué lo había ocasionado. Salió de la habitación dejándola a merced de las tinieblas para recorrer en silencio el estrecho pasillo que conectaba su cuarto con la cocina. Cogió un vaso y se sirvió un poco de agua de una jarra, pero antes de que el cristal acariciase sus labios, un nuevo golpe resonó proveniente del comedor. Dejó el recipiente intacto sobre la mesa para posteriormente dirigirse a la sala donde se había producido el ruido. El frío del suelo

Tal vez en un futuro muy muy lejano.

–¿Quieres que me desnude? Se llevó las manos a la hebilla del cinturón de manera sugerente mientras su mirada atravesaba el aire como un cuchillo afilado, clavándose directamente en mi corazón. Desvié la vista hacia el suelo, nerviosa, y comprobé por el rabillo del ojo como una media sonrisa afloraba en su rostro, satisfecho consigo mismo: había conseguido hacerme sonrojar. –No, no hace falta –me tembló la voz a pesar de que me esforcé para que sonara lo más firme posible. –¿Qué quieres que haga? –su tono seductor inundó mis oídos, turbándome momentáneamente. –Siéntate en el sofá. Me obedeció en silencio, sin borrar esa enigmática sonrisa de sus facciones varoniles. Le contemplé durante unos instantes, analizando la escena en su totalidad y me sentí paradójicamente observada. Me acerqué a la ventana y descorrí las cortinas para que entrara la luz e iluminara mejor el comedor. Después volví a situarme enfrente de él. –Túmbate. No, recuéstate. Sonreí para mis adentros, con