Ir al contenido principal

Especial Halloween.

Pensaba publicarlo la noche de Halloween, pero por diversos motivos me resultó imposible hasta día de hoy. Este relato es la segunda parte de Como el color de mis ojos, así que os recomiendo releerlo antes de proseguir con éste:

La mecha de la vela prendió instantáneamente en cuanto aproximó la llama de la cerilla. Era el último cirio que quedaba, así que Violet contempló su alrededor satisfecha consigo misma. Sonrió levemente antes de soplar la cerilla. Observó el humo grisáceo que surgió como consecuencia, absorta en sus propios pensamientos.
Fue extraño. Llevaba semanas esperando que llegase aquella noche y cuando por fin había transcurrido el tiempo notaba unos nervios extraños apoderándose de ella. ¿Qué le pasaba? Todos los años celebraba Halloween y, sin embargo, sabía que esa noche iba a ser más especial que de costumbre.
Inspiró profundamente y encendió el equipo de música. No se acordaba que tenía puesto un disco instrumental, así que cuando empezó a sonar la triste melodía de un violín subió el volumen hasta que perdió el hilo de sus pensamientos. Sí. Esa noche era para violines y pianos. Nada de voces guturales, o ritmos alocados.
Caminó hasta el cuarto de baño mecida por una angustia propia de su música. Tenía que volver a revisarse el maquillaje. Sus amigas llegarían en cualquier momento y necesitaba que su disfraz de esqueleto estuviese perfecto así que se contempló en el espejo que colgaba de la pared, que le devolvió una imagen siniestra y frecuente de ella misma. Si su piel ya era clara en un día normal, el maquillaje aún había exagerado más esa palidez tan común en ella. Las ojeras negras hacían resaltar sus ojos claros y el pintalabios a juego contrastaba con el resto de sus facciones.
Sonrió. Estaba guapa. Era algo obvio a simple vista que sus rasgos proporcionados destacaban por su delicadeza y, al contrario de lo que podía sucerderle a otra persona, el maquillaje exagerado le sentaba bien.
El corpiño negro y la falda larga a jirones del mismo color no hacían otra cosa sino que resaltar su figura. Sus amigas se iban a morir de la envidia. La música siguió sonando a un volumen demasiado alto, así que decidió colocarse la corona de espinas y echarse un último vistazo. Antes de que pudiera evitarlo sus ojos se clavaron en la cicatriz alargada que deformaba la piel de su cuello. Violet cerró los ojos y se la acarició con la yema de los dedos. Era un gesto involuntario que le recordaba algo horrible de su pasado. Y, no obstante, sus dedos seguían recorriendo la cicatriz impulsados por la adrenalina.
Había pasado más de un mes desde que despertó en el hospital después de aquella fatídica noche, pero las pesadillas continuaban incluso estando despierta. Ese hombre trastornado la había atacado durante su incursión en el cementerio.
Se mordisqueó el labio inferior.
Pronto llegarían sus invitadas, así que salió del cuarto de baño para poder escuchar el timbre de la puerta por encima de la música.



* * *



Violet.
Alguien la llamó. Abrió los ojos repentinamente y se incorporó del sofá al escuchar su nombre dentro de su cabeza. No se había dormido: los violines seguían así, rebotando contra las ventanas y perforando sus tímpanos. Odiaba esa sensación. No era la primera vez que le pasaba. A menudo escuchaba su propio nombre dentro de ella, pero con otra voz. Un recuerdo, tal vez, de lo ocurrido la noche del cementerio.
Apretó los dientes y procuró calmar su pulso. Era de locos y, pese a todo, había rechazado la ayuda psicológica que le habían ofrecido los médicos del hospital.
Ni hablar. No estaba loca. Sabía muy bien lo que había sucedido aquella noche. O lo había sabido hasta que sus amigas trataron de convencerla de lo contrario. Aquel hombre le mordió el cuello. Su cicatriz fue un desgarro, no un corte limpio como se empeñaba en hacerle creer todo el mundo.
Soltó un bufido y se sobresaltó cuando escuchó débilmente el timbre de la puerta. Se levantó del sofá y se apresuró a abrir. Unos niños la esperaban al otro lado. Sus disfraces estaban poco trabajados y portaban consigo varias cestas en forma de calabaza con diferentes tipos de dulces.
–¿Truco o trato? –preguntaron de manera descompasada. Sus rostros albergaban cierta reticencia, conscientes de que el disfraz de Violet era muy creíble.
–No tengo nada que daros –dijo, torciendo el gesto. Estaba claro que el hecho de que no fueran sus amigas la había decepcionado–. Probad suerte el próximo año.
Cerró la puerta de mala gana y volvió a sentarse en el sofá. Se quedó absorta mirando la cantidad de velas que había dispersas por el salón, dándole un aspecto lúgubre a la estancia. Además, las telas de araña que había colocado por las esquinas y los marcos de las puertas le daban un aspecto más especial a la casa.
Apenas transcurrieron cinco minutos cuando el timbre volvió a sonar. Violet se levantó sobresaltada. Esta vez sí. Tenían que ser ellas. Corrió hacia la puerta y giró el picaporte bruscamente.
–¡Sorpresa!
Cynthia y Renata aparecieron al otro lado, maquilladas en exceso y con una sonrisa de oreja a oreja. No obstante, otra persona las acompañaba. Violet dedujo que por su complexión alta se trataba de un hombre, ya que una horrenda máscara en forma de calabaza cubría sus facciones.
Violet tardó en reaccionar.
–Nos lo hemos encontrado por el camino –Cynthia le señaló alzando el mentón–. Espero que no te importe que se acople durante un rato.
Pero a Violet sí que le importaba. Era un extraño que se habían encontrado por la calle. No le conocían de nada y a pesar de que no había abierto la boca, a la joven le produjo escalofríos. Su disfraz de espantapájaros era demasiado real y había algo en él que le producía una profunda desconfianza.
Violet.
Otra vez esa voz. Se quedó petrificada en el vano de la puerta, observando al desconocido sin pestañear.
–Violet, ¿nos dejas pasar? –Renata frunció el ceño, mirando a su amiga con una expresión confundida–. ¿Estás bien?
La muchacha se retiró hacia un lado y sus amigas entraron primero. La música embotó sus sentidos y contuvo el aliento cuando el desconocido se aproximó a ella. Permaneció en el sitio, aguantando el tipo mientras el extraño ladeó la cabeza hacia ella. Violet intentó descubrir el rostro que se ocultaba tras aquella grotesca máscara, pero lo único que pudo visualizar fueron unos ojos poco frecuentes contemplándola a través de la calabaza.


Violet.
La joven exhaló el aliento, formando vaho alrededor de su rostro. Tenía frío. La temperatura del ambiente había bajado, o tal vez se debía a que aquél desconocido le ponía el vello de punta.
–¿Quién eres?
Pero él entró en la casa sin contestar a su pregunta.
Violet le siguió y aferró su antebrazo para detenerle. Algo no iba bien y fue consciente de ello cuando aquel hombre la sujetó por el cuello con la mano que le quedaba libre. La chica abrió los ojos cuando sus dedos le oprimieron la garganta. Intentó gritar para advertir a sus amigas, pero la música estaba demasiado alta.
No has venido a verme.
La joven apretó los párpados, notando un profundo dolor en la sien. Hizo lo posible por librarse de su agresor, pero esas palabras llegaron demasiado hondo.
Esperaba que fueras más considerada. Una visita no habría estado mal.
–¡Suéltame!
Forcejeó para deshacerse de la garra que apretaba su esófago y pronto comenzó a dar patadas. El hombre se encorvó hacia delante cuando le asestó un rodillazo en mitad del estómago, provocando que la máscara cayera al suelo. Su rostro quedó descubierto y Violet gritó a pleno pulmón cuando descubrió algo que en el fondo ya intuía.
–¡Cynthia! –la joven logró salir corriendo del recibidor para buscar a sus amigas–. ¡Renata!
Trató de subir las escaleras, pensando que tal vez estuvieran en el segundo piso, pero el vampiro la retuvo pasándole un brazo alrededor de su cintura. La música estaba demasiado alta y ella había dejado entrar en su casa al hombre que la había atacado en el cementerio.
Violet forcejeó tan fuerte que acabó cayendo de bruces contra los escalones de madera. Él tiró de sus tobillos hasta que su cuerpo descansó en el suelo.
–Hacer esto sólo complica las cosas, Violet.
Fue la primera vez que escuchó su voz esa noche y, a pesar de que la situación era de locos, le pareció tranquila y melodiosa.
–Suéltame –Violet dejó de patalear y se cubrió los ojos con ambas manos, exhausta–. Por favor, vete.
Tenía la esperanza de que aquel Halloween fuese sólo una pesadilla, pero estaba tan despierta que le dolía. El hombre aferró sus muñecas con delicadeza y tiró de ella para que se incorporase del suelo.
–Sabes que no me iré tan fácilmente –repuso, con una media sonrisa. Los colmillos afilados captaron la atención de la joven–. Me ha costado mucho encontrarte, Violet. He tenido que salir por primera vez en mucho tiempo del cementerio y no es algo que me haga gracia, así que espero que seas comprensiva y me des lo que busco.
Violet se quedó patidifusa. Le tenía tan cerca que su cálido aliento le acariciaba el rostro. Hablaba de comprensión. Él. Hizo un esfuerzo por contener una risa nerviosa. Tenía la impresión de que acabaría volviéndose loca.
–Quieres mi sangre –dijo, con cuidado. Era mejor ser precavida–. ¿Qué me das a cambio? Si has salido de tu escondite sólo para buscarme es que merezco la pena. Tendrás que pagar un precio si realmente te intereso.
La joven contuvo el aliento mientras sus ojos púrpuras se clavaban en ella. Tenía miedo. Mucho. De hecho, creía que sus palabras habían salido del rencor y le traerían problemas. Sin embargo, antes de que pudiera rectificar, el vampiro aferró su barbilla con suavidad y besó sus labios cuidadosamente.
Violet abrió los ojos y trató de zafarse, pero él la sujetó por la nuca y se lo impidió.
–Creo que podremos llegar a un acuerdo –dijo tras liberarla–. ¿Tú qué opinas?
Pero ya era demasiado tarde. Estaba tan confundida que lo único que pudo hacer fue asentir con la cabeza, sin saber la cantidad de problemas que acarrearía esa decisión tan inconsciente.

Comentarios

  1. Lo primero, siento haberme retrasado tanto. Pero bueno, aquí estoy.

    Segundo, uno de los relatos que más me gustaron de ti hace no sé cuánto, y ahora publicas la segunda parte. Qué bien. :) La verdad es que a mí nunca me ha gustado Halloween, y además me da mal rollo porque soy una miedica, así que llego a ser Violet y me muero cuando veo a ese vampiro-calabaza, jajaja. Has dejado el final un poco en el aire, ¿vas a hacer una tercera parte? Porque me he quedado con las ganas.
    En fin, me ha gustado bastante, aunque, para ser sincera, disfruté más con la primera parte.
    Un beso, Sun. ^.^

    ResponderEliminar
  2. ¡Hola, Laura! :D
    Me alegra que te haya gustado. Y es normal que te gustase más la primera parte, ya que soy de las que opinan que "segundas partes nunca fueron buenas".
    No creo que haga una tercera parte, la verdad. Más que nada porque sino empezaría a ser una historia más larga y mis relatos son únicamente eso: relatos.
    ¡Un beso!

    ResponderEliminar
  3. Hola! Me he colado en tu blog y me ha encantado todo lo que haces.
    Opino igual que el otro comentario, me ha gustado pero la primera parte la supera jeje aunque sin duda, es genial.

    Abrazos con cianuro.

    ResponderEliminar
  4. Me paso por tu blog.
    Me ha encantado la entrada, aunque sinceramente, he tenido más apego a la primera parte, aunque no quiere decir que la segunda me haya disgustado.

    Besitos<33

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Reseña de «Sin conciencia: el inquietante mundo de los psicópatas que nos rodean».

Título: Sin conciencia: el inquietante mundo de los psicópatas que nos rodean. Autora: Robert D. Hare. Editorial: Paidós (Espasa Libros). Traducción: Rafael Santandreu. Género: ensayo (psicología). Número de páginas: 282. Encuadernación: Tapa blanda con solapas. Precio: 17’10€. Sinopsis: A la mayoría de la gente le atraen y a la vez le repelen las imágenes de asesinos fríos y sin conciencia que pueblan películas, programas de televisión y titulares de prensa. Con su flagrante violación de las normas sociales, los asesinos en serie se hallan entre los ejemplos más espectaculares del universo de la psicopatía. Los individuos que poseen este trastorno de la personalidad se dan cuenta de las consecuencias de sus actos y conocen la diferencia entre el bien y el mal, pero son personas carentes de remordimientos e incapaces de preocuparse por los sentimientos de los demás. Quizá lo más espeluznante sea que, muchas veces, para sus víctimas son sujetos completamente no

Reseña de «Cartas a Theo».

      Título:   Cartas a Theo. Autor: Vincent van Gogh. Editorial: Alianza. Traducción: Francisco de Oraá. Género: autobiografía, drama, arte, epistolar. Número de páginas: 486. Encuadernación: Tapa blanda. Precio: 13’30€.   Sinopsis: Conservada gracias a una serie de azarosas circunstancias, la correspondencia de Vincent van Gogh (1853-1890) con su hermano menor Theodorus constituye un testimonio sin par de la existencia del genial pintor, pero también de su evolución pictórica y espiritual. En ella están las crisis personales y de conciencia, los incesantes apuros económicos, las esperanzas y las decepciones, pero sobre todo la pasión febril de Van Gogh por la pintura. Sus cuadros y dibujos, valorados poco o nada en vida, han acabado convirtiéndose, paradójicamente, en piezas preciadas de las colecciones artísticas, además de alcanzar cifras millonarias en las subastas e instalarse entre las que gozan de mayor favor del público. La presente selección, que reún

Reseña de «3096 días».

Título: 3096 días. Autora: Natascha Kampusch. Editorial: Aguilar. Género: autobiografía, drama, terror. Número de páginas: 240. Precio: 7’59€ (digital. Ya no se edita en papel). Sinopsis: Natascha Kampusch   relata los ocho años de secuestro que sufrió a manos de Wolfgang Priklopil, un ingeniero en electrónica de mediana edad que vivía a escasos kilómetros de la familia Kampusch en Viena. Un testimonio desgarrador sobre el instinto de supervivencia en el que una niña de 10 años establece una relación de dependencia con su secuestrador para poder sobrevivir en un zulo de apenas cinco metros cuadrados, iluminado por una sola bombilla y aireado por un ventilador renqueante que gira día y noche. Ella explica y razona cómo para sobrevivir tenía que obligarse a sí misma a perdonar a diario los abusos sufridos para poder aguantar un día más la tortura física y psicológica. La pérdida de contacto con la realidad la debilita tanto que tiene que hacerse una reconstrucción m