El suelo de madera crujió tras ella, sobresaltándola de pronto mientras su corazón sufría un pequeño paro cardíaco. Dejó las cuchillas rápidamente sobre el aparador y se dio la vuelta en apenas una fracción de segundo, apretando la muñeca de plástico contra su pecho. La luz se filtraba torpemente a través de una ventana ennegrecida colocada sobre el techo a dos aguas, produciendo una iluminación tenue y amarillenta. La buhardilla apenas tenía muebles, ni decoración alguna. Únicamente destacaban en ella un sillón de cuero y el aparador que había detrás de ella, repleto de distintos utensilios propios de un barbero. –¿Qué haces aquí? –su voz sonó áspera e impersonal. La observó durante unos instantes, analizando la situación. Había visto como soltaba sus cuchillas cuando la había descubierto y ahora permanecía con la mirada clavada en sus pies descalzos. –¿Te has cortado? –la preocupación se apoderó su rostro, sacándolo del hieratismo que le caracterizaba. Avanzó hacia ella y ...