El suelo de madera crujió
tras ella, sobresaltándola de pronto mientras su corazón sufría un
pequeño paro cardíaco. Dejó las cuchillas rápidamente sobre el
aparador y se dio la vuelta en apenas una fracción de segundo,
apretando la muñeca de plástico contra su pecho.
La luz se filtraba
torpemente a través de una ventana ennegrecida colocada sobre el
techo a dos aguas, produciendo una iluminación tenue y amarillenta.
La buhardilla apenas tenía muebles, ni decoración alguna.
Únicamente destacaban en ella un sillón de cuero y el aparador que
había detrás de ella, repleto de distintos utensilios propios de un
barbero.
–¿Qué haces aquí?
–su voz sonó áspera e impersonal.
La observó durante unos
instantes, analizando la situación. Había visto como soltaba sus
cuchillas cuando la había descubierto y ahora permanecía con la
mirada clavada en sus pies descalzos.
–¿Te has cortado? –la
preocupación se apoderó su rostro, sacándolo del hieratismo que le
caracterizaba.
Avanzó hacia ella y le
separó las manos del cuerpo en busca de arañazos ensangrentados,
haciendo que la muñeca cayese al suelo con un ruido sordo. Sin
embargo, la piel de sus antebrazos seguía suave y tersa. Intacta.
Con una palidez casi fantasmagórica.
El hombre le soltó las
manos gruñendo por lo bajo, con el ceño fruncido y los ojos
oscuros. Dirigió su mirada por el suelo y descubrió pequeños
mechones de pelo negro esparcidos desordenadamente por la madera
carcomida.
Soltó un suspiro
mientras recogía la muñeca y descubría diversos trasquilones que
le afeaban el rostro. Observó a la chica detenidamente, sin apartar
la mirada de ella. Tragó saliva cuando le regaló una sonrisa
cargada de inocencia.
Solo había estado
jugando con esa estúpida muñeca.
Se pasó la mano por la
frondosa barba, procurando ralentizar los latidos de su corazón.
Cerró los ojos y, cuando volvió a abrirlos, recobró la frialdad
meticulosa que tanto le caracterizaba.
–Aféitame.
La joven frunció el
ceño, confundida. Pasados unos segundos, negó con la cabeza. El
hombre apretó la mandíbula, visiblemente tenso.
–¿Cuántas veces te he
dicho que no toques mis utensilios de trabajo? –a pesar de que su
voz era serena, su expresión facial denotaba enfado contenido–.
Mis cuchillas de afeitar no son para cortarle el pelo a tus muñecas.
La chica le sostuvo la
mirada, a pesar de que su marcado carácter empezaba a hacer acto de
presencia.
–Aféitame –insistió–.
Practica conmigo y no con algo inanimado.
Caminó hasta el sillón
de cuero y se sentó, haciendo tamborilear los dedos en el
reposabrazos, expectante.
–No tengo todo el día
–la autoridad que desprendía su voz no daba opción a réplica
alguna.
La joven desvió la
mirada hacia los utensilios del aparador, escogiendo entre ellos una
brocha, el jabón, un cuenco de madera lleno de agua y las cuchillas
de afeitar, para después depositarlo todo en la mesita que había al
lado del sillón.
El hombre la observó
detenidamente mientras introducía el jabón bajo el agua y lo
frotaba con la brocha hasta conseguir una espuma espesa y uniforme.
La chica se sentó en su regazo mientras él se removía, un tanto
inquieto.
–No quiero que te
sientes encima de ningún cliente, ¿me oyes?
Pero ella esparcía la
espuma por su mandíbula con brochazos circulares, fingiendo
indiferencia ante sus palabras. Se alejó un poco para contemplar su
rostro: la frondosa barba había quedado sepultaba bajo un manto
blanco de jabón. El contraste que se producía con su pelo negro le
hizo sonreír y entrecerrar los ojos.
Alcanzó una de las
cuchillas, que desprendió un pequeño destello brillante, y se la
acercó a la cara.
–Espera –el hombre le
sujetó la mano por la muñeca y la guió por su rostro
cuidadosamente, ajustando la presión necesaria para afeitar
correctamente–. Procura no cortarme.
La chica se dejó guiar,
abandonando su mano a merced de su mentor, que afeitaba su propia
cara utilizando una mano que no era la suya. La chica retiró los
restos de espuma de la mitad del rostro afeitado, dejando al
descubierto una piel tersa y blanquecina.
–Haz tú la otra mitad
–ordenó, dejándola sola esta vez.
Ella dudó unos
instantes, cohibida, pero se repuso con rapidez y comenzó a deslizar
la cuchilla por la zona del rostro que permanecía cubierta de jabón,
de abajo a arriba, con suma lentitud. Sin embargo, a pesar del mimo y
el esmero que ponía en hacer bien su trabajo, apretó demasiado la
hoja afilada del instrumento, haciéndole un pequeño corte en la
mejilla.
Observó con horror como
un hilo de sangre descendía por su piel descubierta, mientras él
entrecerraba los ojos, volviéndolos más oscuros y peligrosos.
Antes de que él pudiera
formular una queja, depositó un beso torpe e improvisado sobre sus
labios, haciendo que sus narices colisionasen. Cuando se separó de
él, se percató de que se había llevado consigo parte de la espuma
que aún le cubría el rostro.
Aquella muestra de afecto
le había pillado desprevenido, por lo que su enfado se vio bloqueado
por una sensación extrañamente reconfortante.
–Termina con el trabajo
–su voz seguía siendo seria, pero su mirada se había suavizado.
La chica negó con la
cabeza y utilizó parte de su vestido para retirar los restos de
espuma que permanecían en el bigote y la perilla.
–Así estás más
guapo.
Sin moverse de su regazo,
le alcanzó un pequeño espejo circular donde se vio reflejado. Su
rostro había quedado terso y suave allá donde habían actuado las
cuchillas, con un pequeño arañazo enrojecido adornando su piel y
parte de la espesa barba cubriendo la zona inferior y superior de los
labios.
Esbozó algo parecido a
una media sonrisa.
–No está mal.
Hola de nuevo!!!
ResponderEliminarPues cómo dice el título, no está mal XDD Al hablar de barberos me es imposible no pensar en Sweeney Todd, me encanta la ambientación que le has dado al relato y esa sensualidad encubierta (que proporciona la chica) está de lujo. Por cierto, ¿Cuántos años tendría ella? Creo que o es un poco mayor para jugar con muñecas o es un poco pequeña para sentarse en su regazo, medio afeitarle y después besarle.
Aun así es un relato bueno y tu estilo se ve reflejado en todo ello.
Un besote!!
Hola, Esther.
EliminarLa verdad es que al escribir el relato lo hacía pensando en ese personaje; Sweeney Todd. Me encanta y me apetecía inspirarme en él (aunque luego mi personaje no se pareciera físicamente).
La chica es joven. Pequeña. Trece o catorce años. Él treinta.
Muchas gracias, Esther. <3