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Aire gélido.

La tenue luz de un cirio iluminaba levemente la estancia, dibujando sombras abstractas en las paredes de la habitación. A pesar de que eran más de las once de la noche, la joven Tarae no podía dormir. Recordó inconscientemente las leyendas que le contaban cuando era apenas una cría, aquellas que hablaban de criaturas horrendas que salían por la noche para devorar a los niños, matar a los hombres y raptar a las mujeres. Siempre pensó que eran tonterías, ya que nunca había ocurrido nada fuera de lo normal... hasta hace unos días.
Tarae vivía tras las murallas de un enorme castillo, que se ocultaba en medio del bosque. Era huérfana de unos prestigiosos padres, que le habían dejado en herencia toda la fortuna que tenían, al igual que los terrenos que disponían por los alrededores del castillo. Bruss, el cocinero de la familia, era quien se había encargado de cuidarla, ya que los demás sirvientes se habían marchado de allí, sin intención de hacerse cargo de la niña. La muchacha nunca había salido más allá de las altas murallas porque, según decía su criado, era mejor para ella. Bruss se había encargado de contarle todas aquellas leyendas para que no se atreviera a salir al exterior, pero Tarae ya no era una niña. Había cumplido la mayoría de edad hacía unos meses y no permitiría que la siguiera reteniendo por más tiempo.
«Maldito viejo supersticioso». Pensó, soltando un bufido.
Las palabras del cocinero llegaron a su mente como un rayo:
Están ocurriendo cosas extrañas estos últimos días, ahora más que nunca debes permanecer bajo la protección de estos muros.
¿Qué clase de “cosas extrañas”? –Le había preguntado ella de mal humor.
El anciano titubeó.
-Bueno… En el pueblo están desapareciendo personas por las noches y los alguaciles todavía no han encontrado sus cuerpos.
Tarae se quedó perpleja al escuchar aquellas palabras. No confiaba en el anciano, pensaba que se había vuelto loco. «La gente no desaparece así como así», se dijo.
Se dirigió a la estantería que había pegada a la pared de piedra gris y comenzó a buscar un libro en especial. Recorrió con el dedo índice todos los volúmenes, ordenados alfabéticamente hasta llegar a la letra L.
Cuando por fin lo encontró lo sacó de su sitio y le quitó el polvo que poblaba la cubierta para poder leer el título: “Leyendas y mitos acerca de las criaturas del bosque.”
Se acercó al cirio para poder comenzar a leer. Abrió el libro por el índice, curiosa:
·Ataques de Animales................................................................................................pág. 12
· Enfermedades desconocidas..................................................................................pág. 25
·Hombres Lobo...........................................................................................................pág. 43
·Monstruos..................................................................................................................pág. 60
·Vampiros....................................................................................................................pág. 97
Comenzó a hojear el libro por el principio, en busca de algo que explicara lo que el criado le había contado. Los dos primeros capítulos no le resultaron interesantes, además, no ofrecían respuesta alguna a sus dudas y los otros tres eran demasiado absurdos y sin sentido como para que alguien con dos dedos de frente se creyera las historias que relataban.
Tarae suspiró con cansancio, necesitaba dormir unas horas. Mañana pensaría con tranquilidad en la manera de salir de su prisión cuando estuviera más despejada.
Arrojó el libro al suelo, apagó la vela y se tumbó en la cama, tapándose con las gruesas sábanas y desatando el lazo que amarraba las cortinas del dosel. Tenía mucho sueño, pero cuando estaba a punto de dormirse, un aullido lastimero desgarró el aire. Tarae no fue capaz de moverse, se mantuvo rígida sobre la cama, escuchando únicamente su corazón alterado. Otros aullidos corearon al primero, seguidos también de grotescos ladridos.
La muchacha sabía que habitaban lobos en el bosque, pero nunca habían estado tan alterados como esa noche. Empezó a pensar en lo que había estado leyendo, que hasta hacía unos minutos le había parecido una estupidez. Respiró profundamente varias veces y decidió volver a encender el cirio. «Sólo por si acaso», pensó.
Centró su atención en el sonido acompasado del péndulo del reloj, que colgaba de una de las paredes de la estancia. Estuvo despierta, contemplando como se consumía la vela lentamente, hasta que las agujas marcaron las doce en punto y el reloj comenzó a sonar de manera grave en la oscuridad. Un aire gélido entró por la ventana, haciendo ondear las cortinas. Tarae dio un respingo sobre la mullida cama cuando escuchó un agudo grito bajo su ventana. Parecía como si estuvieran torturando a un animal de manera implacable. ¿Quién podría ser tan cruel? La joven se estremeció al oír unos gemidos apenados que parecían llorar la muerte del lobo.
Se levantó con rapidez de la cama y cerró la ventana de golpe al ver que se desataba una pelea fuera. No quería seguir escuchando aquellos torturados ladridos, que lo único que hacían era asustarla cada vez más. Se detuvo en seco cuando dejaron de oírse ruidos fuera, sin embargo, no le dio tiempo a relajarse: alguien se acercaba a su cuarto, haciendo un golpe sordo por cada paso que avanzaba. Se acercaba con rapidez, casi corriendo y supuso que sería el cocinero, preocupado por ella, aun así, hizo un fatigoso esfuerzo para llegar a la cama y hacerse la dormida.
La puerta chirrió oxidada cuando se abrió con suma lentitud. Tarae se sorprendió al ver a través de las finas sábanas del dosel una figura alta y esbelta que no pertenecía a la silueta de su cocinero.
La muchacha comenzó a temblar violentamente, aterrada. ¿Quién estaba en su cuarto a esas horas de la noche? ¿Con qué fin? ¿Matarla?
La sombra se acercó a la cama con parsimonia. Tarae cerró fuertemente los ojos: tenía demasiado miedo y apenas podía controlar los temblores. Se maldijo a sí misma cuando se percató de que el cirio seguía encendido, por lo que el “visitante” sabría que estaba despierta. Unas gotas de sudor rodaron por su frente cuando una mano descorrió con lentitud la cortina del dosel. Alguien se sentó en el borde de la cama, junto a ella, pero permaneció con los ojos cerrados y no pudo verlo. Su cuerpo desprendía frío, podía percibirlo. La curiosidad y el miedo pudieron con ella y despegó los párpados para descubrir quien era.
Se quedó perpleja al verlo, y abrió los ojos cuanto pudo. Parecía un humano, cierto, pero su belleza era tan sobrenatural que era imposible que lo fuera. Se esperaba a un demonio deforme con tres cabezas, a una criatura horrenda y despreciable, pero no a él.
La llama de la vela iluminó sus rasgos angelicales. Su piel era nívea y parecía estar dura como el granito. Su rostro tenía trazos sinuosos y delicados, su pelo negro azabache le caía largo y sedoso hasta los hombros y sus ojos se asemejaban a las profundidades de un pozo sin fondo. ¿Qué clase de ser podía ser tan maravilloso?
Tarae obtuvo la respuesta en cuanto aquel extraño hombre esbozó una sonrisa burlona, donde unos afilados colmillos brillaron en la oscuridad de la habitación. Sobresalían a ambos lados de la comisura de su boca y eran peligrosos, muy peligrosos.
Dejó de examinarle el rostro para fijar su mirada en sus ropajes. Estaban desgarrados, como si hubiera luchado con algún animal, dejando ver algunas partes de su cuerpo que, de alguna manera inexplicable, no mostraban ninguna herida, pero sí restos de sangre. Sangre que no era la suya.
Tarae intentó chillar con todas sus fuerzas al comprender que había sido él quien había estado “jugando” con los lobos y al comprender de pronto que el cocinero tenía razón: había algo en el bosque que estaba matando a las personas del poblado y esa cosa estaba ahora en su habitación.
Antes de que la voz se escapara de su garganta, el vampiro se abalanzó sobre ella, tapándole la boca con una mano e inmovilizándola con la otra. Como había imaginado, su piel era gélida y muy dura. Un fugaz pensamiento le hizo compararle con una estatua viviente perfectamente tallada.
La joven, al borde de un ataque de nervios, intentó defenderse sin éxito alguno.
El hombre le giró la cara con brusquedad, buscando su cálido cuello por donde fluía su recompensa.
Tarae notó un fuerte pinchazo, como si le hubieran clavado dos agujas con un tamaño desmesurado. La sangre resbaló por su piel hasta manchar las sábanas, que chorrearon como afluentes de agua tiñendo el suelo de color carmesí. La muchacha se sintió sin fuerzas y se desmayó.
A la mañana siguiente se despertó de golpe recordando la pesadilla que había tenido. Se palpó el cuello asustada, buscando alguna cicatriz. Sin embargo, todo estaba en orden: su piel era tersa y suave como siempre.
Se levantó de la cama y caminó hacia la ventana, agradeciendo que solo hubiera sido un sueño. Descorrió las cortinas para contemplar el paisaje y…
Los rayos del sol le llegaron a la piel con una fuerza increíble, provocándole un dolor insoportable. Dejó escapar un grito de angustia, que llegó hasta el piso de abajo.
Su cuerpo comenzó a sangrar a borbotones, manchando el camisón que llevaba de rojo oscuro. Corrió las cortinas con brusquedad y se alejó de la ventana con paso torpe. Llegó hasta el libro y lo recogió del suelo, manchándolo también. Intentó buscar alguna solución a su hemorragia, pero fue incapaz de leer la letra de las páginas amarillentas. Lo dejó sobre la mesa y caminó como pudo hacia la cama, donde se sentó y se apoyó contra el dosel.
Alguien golpeó varias veces la puerta.
Tarae, ¿estás bien? ¿qué sucede? –preguntó Bruss, que había escuchado sus gritos desde la cocina.
El criado se acercó a ella con rapidez y profirió un grito lleno de horror al ver a la joven ensangrentada. Su piel estaba totalmente cubierta de un color carmesí. Su pelo, todavía recogido en una trenza, se pegaba a su cara, mojado. Tenía un aspecto desastroso, semejante al de un muerto sepultado durante varios siglos.
Oh, no –Susurró él, comprendiendo lo que le había pasado.
La muchacha solo pudo murmurar una única palabra:
Socorro…

Comentarios

  1. Genial ^^ Hacía mucho que no leía nada sobre vampiros :)
    Todo perfecto salvo un pequeño fallo: en el antepenúltimo párrafo dices: "manchando camisón que..." supongo que querías poner "el camisón" xD
    (Nah, soy un poco criticona, es que si no te digo el fallo no me quedo tranquila) Pero todo lo demás, muy bueno.

    Un beso, K.

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  2. Muchas gracias, en serio. La verdad es que se me había pasado ese fallo, pero gracias por decírmelo. :) Esas cosas me ayudan a mejorar.
    Otro beso.

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  3. Cuánta tensión ;)

    Me quedo en tu blog y te invito al mío.
    Un besito.

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  4. Oh! Simplemente me he quedado sin palabras. Es un relato corto, pero contiene todo lo que me gusta: misterio, fantasía y un guapo vampiro :P
    Me alegro mucho de que vuelvas a escribir :)
    Besos!

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  5. Jo, muchas gracias chicas. :) Me alegra que os haya gustado.

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