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La estatua de arcilla.

 –Abuelo, ¿me cuentas un cuento? –la niña sonrió, dejando a la vista una encía desprovista de un par de dientes de leche que se le habían caído.
El anciano la sentó sobre su regazo, con dulzura.
¿Cuál quieres escuchar?
El de la estatua de arcilla.
¿Otra vez? –su abuelo alzó las encrespadas cejas, de un color grisáceo que delataba su avanzada edad.
Sí, por favor –suplicó ella, abriendo sus enormes ojos de chocolate.
Está bien –se frotó la frondosa barba mientras fruncía el ceño, desconcertado–. No me acuerdo cómo empezaba, querida.
Con la chica que hacía figuras de barro –le recordó su nieta.
¡Ah, sí! –un destello iluminó la mente del anciano, devolviéndole el recuerdo olvidado–. Veamos...

Érase una vez, en una pequeña aldea, vivía una muchacha que tenía un taller de alfarería. Estaba sola porque no tenía familia y su joven corazón todavía no había sido ocupado por ningún hombre. Así que para rellenar el vacío que sentía se pasaba las horas modelando figuras; una afición que le encantaba. Creaba toda clase de seres fantásticos, –todos ellos inventados por su ilimitada imaginación–, que luego pintaba y cocía en un gigantesco horno. Al cabo de varios meses, su casa se llenó de un montón de miniaturas, sin dejar apenas espacio para poder caminar, por lo que decidió venderlas en el mercado de la aldea, sin saber que serían todo un éxito. Pronto se corrió la voz en los pueblos vecinos y la demanda de figuritas de arcilla subió como la espuma. La casa de la muchacha volvió a recuperar el espacio que le faltaba, así que decidió continuar creando a sus extraños seres. Cada vez eran más solicitados, hasta tal punto que no daba a vasto con la demanda. Necesitaba ayudantes, pero no los quería porque pensaba que no serían capaces de ser lo suficientemente creativos como para inventarse animales únicos y originales. Después de una larga temporada sin descanso, –ya que se pasaba las noches sin dormir para poder continuar con su tarea–, decidió dejar de fabricar figuras. Se cansó. Se dio cuenta de que, aunque ganaba dinero y tenía lo suficiente como para poder vivir bien el resto de su vida, seguía sintiendo ese vacío demoledor que en un principio consiguió llenar con la alfarería. Se sentía sola, tanto, que una noche decidió crear algo nuevo: una estatua humana de dos metros de altura, con aspecto de varón joven y porte atlético. Tardó varios días en terminarla, ya que no quería pasar por alto ningún detalle, por muy insignificante que fuera. Cuando la terminó de modelar, la dejó sin cocer porque no pretendía venderla, sino que la quería únicamente para que le hiciera compañía. Cada mañana se levantaba con alegría, pensando que su escultura la esperaba despierta desde hacía horas en el pequeño comedor de la casa. Le puso un nombre y le hablaba como si realmente tuviese vida, en lugar de ser una masa de barro inerte.
Pasaron un par de años hasta que su vida dio un giro inesperado. Un día se despertó de madrugada, alertada por unos ruidos extraños. Se asustó mucho al pensar que pudiera ser un ladrón, pero descartó esa idea cuando salió de su dormitorio con sigilo y se lo encontró todo en orden. Los ruidos estridentes se volvieron a escuchar, provenientes de la cocina, que estaba iluminada por una tenue luz. Decidió comprobar qué era lo que sucedía, aunque notaba que su corazón latía desbocado en su pecho. Asomó la cabeza por el vano de la puerta, y comprobó con horror que un hombre se había colado en su casa. Infló sus pulmones de aire para soltar un alarido, pero se contuvo al darse cuenta de que el hombre estaba barriendo unos trozos de porcelana que había por el suelo, provenientes de una taza blanca. Lo contempló durante unos segundos, hasta que él reparó en su presencia. La luz de un cirio iluminó los rasgos bronceados del chico, haciendo que ella gritase despavorida, sin poder reprimir su histeria. Aquel hombre era la estatua que había modelado hacía dos años. Había cobrado vida y, antes de que la joven echara a correr, le ofreció una bandeja con el desayuno. El chico movió los labios, pero no emitió ningún sonido debido a que no tenía cuerdas vocales. La joven se tranquilizó un poco, pero no llegó a salir de su asombro. La estatua colocó la bandeja sobre la mesa y retiró una silla para que su creadora pudiera sentarse. Ella, recelosa, caminó con lentitud hacia él. Un ligero rubor cubrió sus mejillas al percatarse de su completa desnudez. Le tendió rápidamente un trapo que había en la encimera para que se cubriera los bajos y así poder desayunar sin distracciones. Se llevó el zumo a la boca, pero antes de beberlo lo olió, dispuesta a encontrar alguna fragancia extraña que delatase un posible veneno. Por suerte, no notó nada raro. Miró al hombre, que se había sentado enfrente de ella y le sonreía de oreja a oreja. La muchacha le llamó por su nombre y él afirmó varias veces con la cabeza. <<¿Entiendes lo que te digo?>>, le preguntó, dubitativa. La estatua volvió a mover el cráneo, sin borrar la sonrisa de su cara arcillosa. Decidió tomarse el desayuno bajo la atenta mirada de aquel hombre de barro, que observaba todos sus movimientos. Los días pasaron y ella agradeció tener a alguien que realmente le hiciese compañía, alguien que, aunque no fuera humano, se preocupaba por ella y la ayudaba en todo lo que podía. La joven volvió a retomar su afición por la alfarería, puesto que ahora tenía un nuevo ayudante que era perfecto para ese puesto. Cada día fabricaban nuevos animales fantásticos, cada uno mejor que el anterior. Sus ganancias aumentaron vertiginosamente, pero, aunque tenían lo suficiente como para irse a vivir a una casa mucho más grande, decidieron quedarse en esa pequeña residencia.
Un día de lluvia, la muchacha se marchó al pueblo vecino, cargada con una carreta repleta de nuevas creaciones, cubiertas por una tela impermeable para que no se mojaran, dejando a su ayudante en su hogar. La estatua la esperó durante horas, pero al ver que su dueña se retrasaba demasiado, decidió ir en su busca aún sabiendo que lo tenía prohibido. Las gotas de agua golpeaban con rapidez su cuerpo de barro, haciendo que éste se humedeciera y ablandara lentamente. Sus pies se deshicieron enseguida, puesto que había cantidad de charcos de agua. Al cabo de varios minutos, la estatua cayó desplomada al suelo, sin poder apenas moverse. La arcilla que formaba sus músculos se desprendía de él con suma facilidad, hasta el punto que dejó de tener expresividad facial. Horas más tarde, la muchacha lo encontró tirado en un camino cuando regresaba a casa. Su disgusto fue tal, que las lágrimas formaron torrentes de agua por sus mejillas. Con esfuerzo consiguió poner en la carreta vacía los restos de su más preciada creación, cubriéndolos con la tela impermeable para que no se estropeasen aún más. Lo llevó a casa y se puso manos a la obra: volvió a reconstruir al único hombre que había ocupado su corazón, pero esta vez lo pintó para que tuviera un aspecto lo más realista posible y cuando hubo finalizado, lo metió en el horno para que se cociera. La estatua era la misma que la anterior, pero mejorada, sin perder ningún detalle, por muy insignificante que fuera. La chica esperó varios meses, –dejando paralizado el taller de alfarería–, a que su ayudante volviera a la vida. Hablaba con él y le llamaba por su antiguo nombre, tratándole de la misma forma que lo había hecho en sus inicios, y así fue como un día, después de volver de comprar comida, se encontró con que la estatua había desaparecido del comedor. Corrió a la cocina, donde se lo encontró sentado en la silla, enfrente de una mesa cubierta por un mantel blanco, un par de copas de cristal y una botella de vino, sin perder esa sonrisa que le había acompañado hasta el último momento de su vida.

El anciano finalizó su narración con un pequeño bostezo, mientras acariciaba con suavidad los alocados tirabuzones que poblaban el pelo de la niña. La observó durante unos instantes: se había quedado dormida plácidamente sobre su regazo. Cerró los ojos, pues el cansancio se empezaba a apoderar de sus frágiles huesos con rapidez. Se abandonó al sueño en pocos minutos, mientras le dedicaba un leve pensamiento al cuento que tanto le gustaba a su nieta.

Comentarios

  1. Soy Kate!
    Al principio kreí k era un cuento de tradicción oral, por Galicia circulan muchos :D (Bueno supongo que por todos lados)
    Es profundo, muy profundo, me recuerda a los relatos de Bucay, que algunos no llega uno a entenderlos fácilmente xD
    Quizá le falta un chisquitín de chispa por la gran cantidad de fantasía, es la única crítica que puedo ponerle :P

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  2. ¡Hola, Kate! Pues muchas gracias. :)Tendré en cuenta tu crítica para próximos relatos fantásticos. ;)

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  3. A mi me ha gustado! Has leido algo soble el golem? Se supone que un tal rabino Loew creo una figura con forma humana con barro del río para que lo ayudara a proteger su ciudad(Praga)de los ataques de sus enmigos, creo que en la edad media o así.
    Tu historia esta muy bien, aunque me gustaria mas si tuviera mas accion o mas tragedia!!

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  4. Pues muchas gracias, Atanila. :) No, la verdad es que no había leído nada de eso, :S pero también parece interesante. :)
    No le he puesto más acción o más tragedia porque se supone que es una historia que le cuenta un abuelo a su nieta, y no era plan de crearle un trauma a la pobre chiquilla. XDDD
    Muchas gracias igualmente por tu opinión. :)

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  5. Ya, no habia caido en eso!! pobre niñita, no? jaja
    no se, esq me daba la sensacion de que todo salia bien y era como demasiado perfecto, no se si me explico, pero vamos, que me ha gustado de todas formas!!

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  6. Es enternecedora la situación del abuelo contándole aquella preciosa historia a su pequeña nieta =)

    Me ha gustado mucho no le encuentro pega alguna xD

    Un beso y que tengas buena semana.

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  7. Muchas gracias. :)
    Otro beso para ti y que tengas una buena semana tú también. :)

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  8. Buf, me ha gustado mucho, se ha convertido en mi favorita de todas las que he leído tuyas ^^

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  9. me ha encantado el relato. Es totalmente distinto de los relatos que leo normalmente, pero muy tierno y dulce. Me ha gustado mucho, como todo lo que escribes ^^

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  10. Muchísimas gracias, chicas. :)La verdad es que ya era hora de que cambiara la temática de los relatos y por eso he hecho este tan diferente. x)
    Besos.

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  11. La historia es genial, aunque yo esperaba que acabara tragicamente con moraleja. aun así me ha gustado mucho, muy bonita aunque....
    ¿Qué ocurria con las manos de el chico de barro cuando la ayudaba a hacer figuras? ¿No se le deformaban? XDDDivagaciones mías. Un besote enorme!!

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