Ir al contenido principal

Cotton.

Vamos, Cotton –le ordené en inglés.
El perro me siguió, decidido, sin atreverse a adelantarme. Volvíamos al puente a pasar la noche, después de haber estado todo el día mendigando en el metro y ganar apenas lo suficiente para comprar un bocadillo, que tendría que compartir con mi nuevo acompañante. Ese chucho pulgoso estaba conmigo desde hacía menos de una semana y ya le apreciaba como si realmente fuese mío. Nos hacíamos compañía mutuamente y no me pedía nada a cambio, solo un poco de atención, agua y algo que pudiera llevarse a la boca desdentada. Me giré para mirarle y alzó la cabeza, con sus ojillos negros brillando en la oscuridad mientras agitaba la cola de un lado a otro, como si de un látigo se tratase.
Sonreí.
Me puse el gorro de lana en la cabeza, para así protegerme las orejas del helor que se apoderaba de la ciudad y guardé mis manos dentro de los los bolsillos de los pantalones viejos, procurando calentarlas. No faltaba mucho para que llegáramos a nuestro destino cuando nos topamos con un grupo de jóvenes que volvían a casa, caminando por la misma acera en la que estábamos nosotros. Armaban escándalo, se reían a carcajadas y ponían nervioso a Cotton, que se colocó detrás de mí. Cuando estaban justo a nuestro lado, uno de ellos se chocó contra mí de manera brusca, magullándome el hombro.
Mira por donde vas –gruñó él.
Te has chocado tú –respondí en un español pésimo.
El chico se giró y sus amigos se detuvieron. Cotton lloriqueó.
¿Qué has dicho, negro de mierda?
No buscaba pelea, simplemente le había contestado porque había sido su culpa, no la mía.
Repítelo si te atreves –amenazó, propinándome un empujón que me hizo tambalear.
Di media vuelta y continué mi camino, asegurándome de que el perro me seguía. A los chicos les molestó que les ignorara. Eran jóvenes y querían guerra, y estaba claro que la iban a pagar conmigo. Uno de ellos me arrebató el gorro, pero seguí mi rumbo, sin detenerme.
¡Maldito africano! –gritó otro–. ¡Da la cara!
Algo me golpeó la espalda con fuerza, haciéndome caer de bruces contra el suelo. ¿Qué había sido eso? ¿Un puñetazo? ¿Una patada? Cotton se acercó a mí, preocupado. Los muchachos nos rodearon cuando empecé a levantarme del suelo. Recibí un puntapié en el estómago, provocándome un punzante dolor y varias arcadas.
¡Va a echar la pota! –rió uno–. ¡Mirad que cara tiene!
¿En serio? Vamos a hacerle una cirugía plástica.
Me cogieron por la camisa y me levantaron de golpe. El perro empezó a ladrar, histérico, cuando un puñetazo me partió la nariz, salpicando la acera con gotas de sangre. Volví a caer sobre el asfalto, me encogí sobre mí mismo y esperé a que se cansaran lo antes posible. No quería pelear, y de hecho, no iba a hacerlo o acabaría metido en problemas con la policía. Otra patada impactó contra mi cara, rasgándome el labio y haciendo sangrar mis encías. Los ladridos de Cotton se convirtieron en gruñidos. Vi de reojo como erizaba el pelo del lomo, plantándoles cara mientras les mostraba los pocos dientes que le quedaban.
Mirad como se ha puesto el bicho. ¿Tú también quieres que te arreglemos la cara?
Le propinaron un golpe en el costillar, haciéndole chillar de dolor. Antes de que uno de ellos volviera a pegarle, se abalanzó sobre su brazo, incando sus afilados dientes en la carne y desgarrándola con facilidad. El chico gritó de dolor, golpeando a Cotton en el hocico varias veces seguidas y haciéndole sangre en su pequeña nariz negra.
¡Eh! –un hombre se asomó por la ventana de un primer piso, alarmado por el jaleo que se había montado–. ¡Voy a llamar a la policía!
Empezó a teclear un número en su teléfono móvil. En ese momento, los muchachos salieron corriendo y Cotton liberó el brazo del otro joven, que se marchó a toda prisa tras ellos mientras dejaba un reguero carmesí a su paso.
No te preocupes, la policía está en camino. Ahora llamo a la ambulancia.
Me encogí aún más sobre mí mismo, notando lejanas aquellas palabras mientras empezaba a nublarse mi vista. Antes de cerrar los ojos pude ver a Cotton tumbado junto a mí, lamiéndome la mano.

Comentarios

  1. Oh, Dios.
    Este relato me he llegado dentro, te lo juro, casi lloro por Cotton.. Qué injusta es la vida.
    El relato majestuoso, bonita. Increíble.

    ResponderEliminar
  2. Que duro tía, y dices que has escrito cosas mejores?? Tal vez, pero este relato es muy profundo. Buff se me ha quedado un cuerpecillo..Que lástima, en serio..

    ResponderEliminar
  3. Opino igual, es muy duro. Muy bien plasmado, de todas formas, ya que es algo que es duro en la realidad; ánimo a Cotton y a su amigo!!

    ResponderEliminar
  4. Muchas gracias, chicas, en serio.
    Personalmente creo que he escrito cosas mejores, pero me alegro que penséis que es "profundo". :)

    ResponderEliminar
  5. Edurne la essecia del relato me ha dejado de piedra. Y la verdad es que lo has sabido plasmar a perfección, si tu objetivo era el de expresar la injusticia y realidad que vivimos actualmente... lo has conseguido.
    A mí me personalmente me ha encantado :)

    ResponderEliminar
  6. ¡Hola! Siento no haberme podido pasar antes a leer el relato. Es que he estado muy liada con exámenes y tal. El relato es, en mi opinión, el más profundo que has escrito. No sólo por la forma en que has enfocado este problema, que es totalmente actual y, por desgracia, real. Sino también por la forma en que lo has descrito. Has sabido redactar el tema de forma realista, sin idealizar nada (como por ejemplo el detalle de "el perro pulgoso y desdentado"). A lo mejor esta última parte no te parece la más importante sobre tu manera de escribir, pero para mí sí lo es, pues a mí me cuesta mucho no idealizar a los personajes. Todavía no he conseguido hacer una historia o un relato donde los personajes sean "tan reales como la vida misma". En fin, no me enrollo más. El relato me ha parecido magnífico, y me ha gustado mucho más que el último que escribiste. ¡Un beso!

    ResponderEliminar
  7. Dios, Sunny T____T he llorado, te lo digo en serio. Es sencillamente perfecto, no sé cómo puedes si quiera decir que no es nada del otro mundo ¬¬ Que sepas que tus relatos me llegan siempre a lo más hondo y que me encanta tu forma de escribir y tu forma de ser :)

    ResponderEliminar
  8. Jolines, chicas... me habéis dejado anonadada. No imaginaba que os pudiera haber llegado tanto... O.O
    La verdad es que procuro no idealizar a los personajes, (excepto a Max, claro) ya que no hay nadie perfecto y, si se idealizan siempre, al final se acabarán haciendo "poco creíbles".
    May, no pensaba que fueses a llorar. :S Me has dejado una sensación rara en el cuerpo. x)
    Me alegra que os haya gustado, chicas, de verdad.
    Y ya sabéis de sobra que me encanta y adoro vuestras historias, vuestra forma de redactar y vuestra personalidad. Y no lo digo para haceros la pelota, que sabéis que si os veo algún error en los textos os lo digo. :)
    ¡Un beso!

    ResponderEliminar
  9. Es preciosa, esta historia me ha llegado muy dentro :)
    Definitivamente te superas a tí misma. Eres genial, sigue así.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Reseña de «Sin conciencia: el inquietante mundo de los psicópatas que nos rodean».

Título: Sin conciencia: el inquietante mundo de los psicópatas que nos rodean. Autora: Robert D. Hare. Editorial: Paidós (Espasa Libros). Traducción: Rafael Santandreu. Género: ensayo (psicología). Número de páginas: 282. Encuadernación: Tapa blanda con solapas. Precio: 17’10€. Sinopsis: A la mayoría de la gente le atraen y a la vez le repelen las imágenes de asesinos fríos y sin conciencia que pueblan películas, programas de televisión y titulares de prensa. Con su flagrante violación de las normas sociales, los asesinos en serie se hallan entre los ejemplos más espectaculares del universo de la psicopatía. Los individuos que poseen este trastorno de la personalidad se dan cuenta de las consecuencias de sus actos y conocen la diferencia entre el bien y el mal, pero son personas carentes de remordimientos e incapaces de preocuparse por los sentimientos de los demás. Quizá lo más espeluznante sea que, muchas veces, para sus víctimas son sujetos completamente no

Reseña de «Cartas a Theo».

      Título:   Cartas a Theo. Autor: Vincent van Gogh. Editorial: Alianza. Traducción: Francisco de Oraá. Género: autobiografía, drama, arte, epistolar. Número de páginas: 486. Encuadernación: Tapa blanda. Precio: 13’30€.   Sinopsis: Conservada gracias a una serie de azarosas circunstancias, la correspondencia de Vincent van Gogh (1853-1890) con su hermano menor Theodorus constituye un testimonio sin par de la existencia del genial pintor, pero también de su evolución pictórica y espiritual. En ella están las crisis personales y de conciencia, los incesantes apuros económicos, las esperanzas y las decepciones, pero sobre todo la pasión febril de Van Gogh por la pintura. Sus cuadros y dibujos, valorados poco o nada en vida, han acabado convirtiéndose, paradójicamente, en piezas preciadas de las colecciones artísticas, además de alcanzar cifras millonarias en las subastas e instalarse entre las que gozan de mayor favor del público. La presente selección, que reún

Reseña de «3096 días».

Título: 3096 días. Autora: Natascha Kampusch. Editorial: Aguilar. Género: autobiografía, drama, terror. Número de páginas: 240. Precio: 7’59€ (digital. Ya no se edita en papel). Sinopsis: Natascha Kampusch   relata los ocho años de secuestro que sufrió a manos de Wolfgang Priklopil, un ingeniero en electrónica de mediana edad que vivía a escasos kilómetros de la familia Kampusch en Viena. Un testimonio desgarrador sobre el instinto de supervivencia en el que una niña de 10 años establece una relación de dependencia con su secuestrador para poder sobrevivir en un zulo de apenas cinco metros cuadrados, iluminado por una sola bombilla y aireado por un ventilador renqueante que gira día y noche. Ella explica y razona cómo para sobrevivir tenía que obligarse a sí misma a perdonar a diario los abusos sufridos para poder aguantar un día más la tortura física y psicológica. La pérdida de contacto con la realidad la debilita tanto que tiene que hacerse una reconstrucción m