Salimos del restaurante después de cenar, cogidos de la mano y con una sonrisa dibujada en la boca, completamente satisfechos. Me cedió amablemente su cazadora debido al frío, colocándola sobre mis hombros con dulzura.
–Te acompaño a casa –susurró en mi oído, regalándome una de sus hermosas miradas.
Un rayo desgarró el cielo nocturno mientras las nubes liberaban chorros de agua en cuestión de segundos, empapándonos por completo casi al instante.
–Ven –apreté su mano y tiré de él hacia el centro de la calle, situándonos en mitad del asfalto ya que a esas horas apenas pasaban coches–. Quiero un beso bajo la lluvia.
Rodeó mi cintura de manera protectora al tiempo que enredaba mis brazos entorno a su cuello. Me puse de puntillas y acaricié sus labios con los míos, haciendo memorable el momento y disfrutando de cada detalle mientras miles de gotas polvorientas nos calaban la ropa y se incrustaban en los poros de nuestra piel. Nos separamos para poder respirar, él sonriente y yo con un ligero rubor en las mejillas. En ese momento mi príncipe desapareció. Fue como un chasquido de dedos, un parpadeo o el flash de una cámara antigua; muy veloz. Se había esfumado delante de mis narices, por arte de magia. Miré a mi alrededor, buscándole, preocupada. No entendía nada. Volví a la acera donde se encontraba el restaurante pensando que tal vez había regresado dentro, pero antes de abrir la puerta escuché el rugido del motor de un coche y me giré para ver si era él, pero descubrí que no era su vehículo. Entrecerré los ojos. Había algo pequeño y de color verdoso en medio de la calzada. ¿Una rana? ¿Un sapo? Parpadeé varias veces, incrédula. El anfibio croó una vez a modo de respuesta. Seguía sin comprender qué había pasado. En ese instante tuve un mal presentimiento, até cabos y se me encogió el corazón. Empecé a cruzar de nuevo la calle, pero antes de que pudiera hacer nada un neumático enorme lo chafó, reventándolo y esparciendo sus pequeñas vísceras por la calzada, arrastrando tras de sí un reguero de sangre. Me entraron ganas de vomitar.
Adiós al príncipe azul.
Qué bonito y traumático *-*
ResponderEliminarYo también quiero un beso la lluvia! Pero me gustaría que no acabe de esa forma...
Te ha quedado muy bien ^^
Un beso! :)
Pobre sapo!!! yo me lo hubiera metido al bolsillo y para casa. Que está lloviendo y nos vamos a resfriar XDD
ResponderEliminarMenudo hasco para los dos... sobre todo para él. Muhajajaja Nadie se esperaba que acabara así la cosa eh!! Muy bueno, me ha encantado ^^
Gracias, chicas. :)
ResponderEliminarYa era hora de que subiera un relato, espero haber alcanzado vuestras espectativas. :D
Ha sido muy chulo. Al principio, parece un relato romántico, idealista, mágico... Y luego esa magia se hace real cuando el tío se convierte en sapo y se acaba lo bueno. Jajaja, ha sido una parodia muy buena sobre el cuento clásico del príncipe-sapo. Ha sido diferente y divertido, ¡me ha encantado!
ResponderEliminarQuizás no fuese un príncipe azul, sino uno verde jaja :)
ResponderEliminarUn relato muy original!
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminar¡¡Jajajajajaja! ¡Qué bueno LEÑE!
ResponderEliminarAl principio era tan bonito que yo pensaba:
Mira, Edurne se ha pasado a escribir relatos románticos y... ¡ZAS! destripa a un príncipe rana :P ¡JOJOJOJO!
Ha sido muy bueno la verdad :D
Me estoy aficionando a este tipo de relatos de final inesperado (:
ResponderEliminarY creo conocer a algunos que croan y no se convierten en príncipes xD
Me has sorprendido ^^
Hola e_é
ResponderEliminarAcabo de encontrar tu blog curioseando por ahí jiji :)
Si te gustan las novelas de adolescentes, de drama, en las que se relata la vida con una mirada diferente no deberías perderte mi novela, la publicaré en este blog http://shinethanthesun.blogspot.com/ ; ya he puesto la introducción si te gusta ponme en un comentario tu opinión y sígueme, si decides pasarla te estaré eternamente agradecida, espero que la disfrutes :)
Un besiito, PD: Sigo tu blog ^-^