La veía difusa. Su
cuerpo se difuminaba con los tonos anaranjados del ocaso mientras el
aire del mar revolvía su pelo lacio. Mascullé una maldición con la
mandíbula apretada cuando lanzó mis lentes al océano con tanto
ímpetu que estuvo a punto de perder el equilibrio y caer por el
acantilado.
–¿¡Se puede saber por
qué has hecho eso!? –increpé, intentando llegar torpemente hasta
ella sorteando las rocas.
Las olas rompían contra
nuestros pies envidiando a los truenos en una noche de tormenta. El
agua salada salpicó mi camisa, pegándola contra mi cuerpo. Volví a
maldecirla mientras procuraba no caer al vacío para poder
alcanzarla.
Ella rió.
Alcancé a vislumbrar
como daba media vuelta sobre sus talones con los brazos abiertos
intentando abarcar un mundo demasiado grande para ella. Su delicado
vestido ondeó al compás del viento, dejando entrever unas piernas
difuminadas que me hubiera gustado contemplar.
–¿¡Te has vuelto
loca!?
Llegué hasta ella hecho
una fiera y la sujeté por el brazo con demasiada fuerza. Estaba
convencido de que acabaría tirándose al mar. Ella pareció fruncir
el ceño. No pude ver bien su mirada, pero sé que cerró los ojos y
se dejó envolver por el paisaje, regalándole una enorme sonrisa a
las estrellas que empezaban a aparecer en el firmamento.
Quería echar a volar
hacia su propia vida. Tuve miedo, porque la sentí pájaro y supe que
acabaría despegando sin mí.
–Volvamos al coche
–urgí mientras tiraba de ella, ciertamente preocupado.
Pero aquella mocosa
volvió a reír. Estaba disfrutando. Mi ansiedad le divertía. Antes
de que pudiera llevármela de allí a cuestas me rodeó el cuello con
los brazos y aferró mi labio inferior entre sus dientes en un beso
que me hizo olvidar el acantilado rocoso en el que nos encontrábamos.
Cerré los ojos y me dejé
llevar mientras la apretaba fuertemente contra mí. Fue entonces
cuando comprendí que no iba a poder detenerla, que quería vivir su
vida y que le pertenecía únicamente a ella. Comprendí que atarla a
mí sería igual de cruel que enjaular de por vida a un mirlo y verlo
morir sin que hubiera alzado el vuelo ni una sola vez.
Si bien las ambientaciones marinas no son mis favoritas (odio el mar, la playa y similares), la esencia del relato (no puedes "enjaular" a una persona, porque nadie pertenece a nadie, porque todos tenemos derecho a ser libres y volar) me ha parecido una muy buena reflexión. Lástima que mucha gente no llegue a comprender esto, hasta que ya es demasiado tarde. ¡Buen trabajo! :)
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