Un
chillido lleno de júbilo inundó los establos. Miró hacia la puerta y vio entrar
a la pequeña corriendo. Detuvo sus labores para observarla unos instantes: su
vestido estaba manchado de barro y los rizos enmarcaban su rostro de forma
desordenada.
—¡Vuelve
aquí, mocosa! —gritó una voz grave, aunque pronto rio también.
El
hombre entró tras ella y la alzó en brazos.
—¿Adónde
crees que vas? —empezó a hacerle cosquillas.
Los
establos se inundaron de risas alegres mientras la niña se retorcía en brazos
de su tío.
—¡Quiero
montar a caballo!
—¿Ah,
sí? —la observó arqueando una ceja. Después la levantó de nuevo para sentarla
sobre sus amplios hombros, sujetándola por las pantorrillas—. ¿Y qué me dices
de mí? —relinchó.
La
cría estalló en alegría.
—¡Tú
no eres un caballo! —explicó—. Eres demasiado feo.
Ambos
rieron una vez más antes de que el hombre saliera al trote con su sobrina.
Esta entrada aunque cortita es muy cálida, ¿Te gustaría dejarnos un microrelato en el blog? Espero tu respuesta.
ResponderEliminarY reiterio, aunque pequeña la entrada, una sonrisa me sacó.
¡Felicidades por el blog! <3