El caballero anónimo alzó la lanza cuando derribó a
ser Willyn del corcel, mientras los vítores resonaban por el campo en una
sinfonía irregular. Myranta tenía los ojos glaucos llenos de luz, sin salir de
su asombro. Había oído tantas historias sobre ese caballero misterioso que ya
era una leyenda en su corazón. No obstante, todas las habladurías habían
resultado ser ciertas, pues no existía nadie capaz de derrotar a ser Willyn, el
mejor caballero del reino.
La joven permaneció en su sitio unos minutos más
después de que su honorable vendedor abandonara el campo en dirección a su
tienda. Nadie sabía su identidad, ni siquiera su propio escudero. Inspiró hondo
antes de ponerse en pie y marcharse disimuladamente de allí con una excusa muy
pobre. Tenía que hablar con él, hacerle partícipe de sus sentimientos, así que
le siguió desde cierta distancia. Cuando le vio atravesar la lona de su tienda,
aguardó. Los soldados de su padre pululaban por doquier, más todos parecían
demasiado ocupados emborrachándose en compañía de fulanas. No pudo evitar
preguntarse si su amado vencedor recurriría a dichos servicios y, sin saber muy
bien por qué, sintió un aguijonazo en el pecho. Tomó una gran bocanada de aire,
armándose de valor antes de aventurarse tras él.
Entró en la tienda sin pensárselo dos veces y le
encontró quitándose la armadura. Todavía llevaba puesto el yelmo, por lo que su
rostro quedaba oculto. Sin embargo, pudo ver la expresión sorprendida en sus
ojos grises.
—Lady Myranta, ¿qué hacéis aquí? —la voz sonó con un
deje metálico.
Sus mejillas se encendieron cuando la llamó por su
nombre. Nunca antes habían hablado, mas le resultó halagador ese trato tan
próximo.
—Quería felicitaros por vuestra victoria, ser… —dejó
la frase inacabada, esperando que el caballero desvelase su nombre.
—No deberíais estar aquí —la interrumpió. Los ojos
grises la esquivaban, nerviosos. Sin embargo, la joven frunció el ceño y se
aproximó a él—. Esperad. Esperad, mi señora —pidió, asustado. ¿Es que perdía el
valor con las féminas? Myranta se echó a reír—. ¿Q-Qué pretendéis?
—Pretendo quitaros el yelmo, ser —explicó, alzando
las manos hacia su rostro.
—¡No! —retrocedió unos pasos y derribó una silla—.
No, esperad. No os gustaría verme.
La joven frunció el ceño.
—¿Por qué no? —acortó las distancias, acorralándole
en un rincón—. Soy la hija del rey y os ordeno que descubráis vuestra
identidad.
El hombre obedeció tras unos segundos. Myranta se
quedó sin respiración al encontrarse cara a cara con una mujer, casi tan
ruborizada como ella. La vencedora del torneo clavó la vista en sus botas y
cerró los ojos cuando la princesa presionó los labios contra los suyos.
Excelente relato.
ResponderEliminarEn verdad te mete en la historia, sería supremamente interesante conocer las implicaciones de tal desenlace.
Muchas gracias por tus palabras, me alegra que te haya gustado.
EliminarAl ser un relato corto, no habrá continuación. Lo siento.