Los rayos del sol atravesaban la ventana, llenando
el dormitorio de luz. No obstante, ella seguía durmiendo. Su rostro infantil
permanecía en completa calma, víctima de un sueño profundo. De vez en cuando se
le escapaba algún suspiro, aunque permanecía inmóvil.
Sonrió. Verla tan apacible junto a él se le antojaba
una delicia. Se arrimó más a su esposa, la cubrió mejor con las sábanas y le
acarició el abultado vientre. Su heredero dormía, igual que la madre. La encontró
tan bella que no pudo evitar llenarla de besos muy dulces, incapaz de
resistirse.
—Despierta, criatura —le pidió en un susurro. Su
embarazo estaba tan desarrollado y ella era tan frágil, que se pasaba la mayor
parte del día durmiendo, agotada por el peso del bebé—. Vamos, el sol ha salido
hace mucho.
La escuchó gimotear y tuvo que besarla con más
insistencia para que abriese por fin los ojos. Esbozó una sonrisa torcida al
ver su desconcierto.
—Le diré a las criadas que traigan el desayuno, ¿te
parece bien? —le retiró algunas legañas con los pulgares, con un cuidado
infinito.
Su esposa negó y se abrazó a él como pudo. Se le
escapó otro gimoteo cuando el vientre le impidió acercarse más, aun así, eso no
evitó que le devolviera los besos que le había dado. El señor se abandonó a sus
atenciones de forma automática.
—Criatura… —gruñó, cuando sintió que los mimos
perdían la inocencia, transformándose en deseo. Era muy consciente de que el
embarazo había aumentado sus apetitos carnales y, aunque la intentaba complacer
siempre que podía, también debía atender las obligaciones del reino—. E-Estate…
E-Estate quieta…
Sin embargo, sus palabras sólo consiguieron que se
arrimase más a él (todo lo que su vientre le permitió), por lo que pronto notó
las pequeñas formas de su figura rozándole el pecho. Maldijo la desnudez de
ambos y también su debilidad. Apretó los dientes cuando la escuchó reír, pues
su erección era más que obvia.
—Quedaos conmigo, mi señor —su dedo índice le arañó
el torso, encendiéndole la piel—. El desayuno puede esperar y también vuestras
obligaciones.
Apenas era consciente de lo rápido que le latía el
corazón, víctima del amor y el deseo. La contempló con expresión adusta,
zambulléndose en la oscuridad de sus ojos.
Ni el hombre más frío podría soportar el calor de su
esposa.
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