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Carta a unos profesores muy poco profesionales, (suceso real).

Hola, lectores.
Hoy no os traigo ningún relato (lo siento), si no una carta que tuve que escribirles hace unos días a los cinco miembros del tribunal que me evaluaron el proyecto final de mi Ciclo Formativo el día 31 de mayo del 2017. He decidido hacerlo público a modo de denuncia por el trato tan humillante que recibí por parte de dos docentes de dicho tribunal, pues me enviaron correos del todo inapropiados que adjuntaré en esta entrada. He de aclarar que les he cambiado los nombres para preservar sus identidades, por lo que todo son seudónimos.
Espero que esta carta sirva para concienciar tanto a alumnos como a profesores (si es que hay algún docente que me lee). En fin, aquí la tenéis:


A la atención de los miembros del tribunal:
Siento haber tardado tanto en daros una explicación formal del comportamiento que tuve el día 31 al conocer mi nota, pero creo que lo mejor era dejar pasar un tiempo dada la situación que mis malos modales crearon. Mi respuesta va a ser muy larga, aun así me gustaría que la leyerais todos hasta el final.
Empezaré diciendo que he pasado un curso horrible —dos cursos, en realidad— y no sólo por la presión que conlleva hacer un Proyecto Integrado bien hecho, sino por diversos problemas personales bastante serios que seguro que vosotros también habéis tenido en algún momento de vuestras vidas. A estos problemas personales propios de tener una vida fuera de la escuela, sumadle la presión de los estudios y el objetivo de conseguir unas notas más que aceptables.
Bien, todo esto se acrecentó a partir del segundo trimestre, cuando tuve que hacer las prácticas de empresa y enfrentarme seriamente al Proyecto Integrado. Mi meta era sacar la mejor nota posible y por eso les pedí ayuda a distintos profesores (para mejorar, no para conseguir algún tipo de favoritismo como Álvaro e Isaac parecen insinuar en sus correos que, por cierto, voy a adjuntar en el mío para que el resto de miembros del tribunal estén al tanto de lo ocurrido en el caso de desconocer la existencia de dichos mensajes hacia mi persona. Espero que no os importe, dado que me habéis insistido en que si tengo algo que decir, se lo diga a todo el tribunal).
Retomo lo sucedido: conforme se acercaba la fecha de entrega del Proyecto Integrado, así como la de la defensa, mi presión y mis nervios aumentaron. Además, repito que me esperaba más nota de un 8, aunque no la excelencia, como también habéis insinuado. Soy consciente de que mi proyecto no estaba perfecto, pero estoy plenamente convencida de que era muy bueno.
El caso es que toda la presión y los nervios estallaron el día 31 de mayo, cuando Álvaro me dijo la nota. Me quedé en shock, reaccioné de forma emocional y me fui llorando, dejándole con la palabra en la boca. Desde aquí le pido disculpas delante de todos los miembros del tribunal. Al parecer, mi reacción se la tomó como una especie de «ataque» personal hacia él y para nada fue el caso. Mi reacción fue fruto de una baja autoestima y unos nervios muy altos. Sin embargo, Álvaro, si de verdad te lo tomaste como algo personal, te pido disculpas de nuevo por la reacción que tuve ese día. Siento también si en algún momento te dije algo inapropiado. Yo no recuerdo haberlo hecho, pero si te dije algo ofensivo, te pido otra vez disculpas.
Ahora bien, a partir de aquí voy a responder a los dos correos que tanto el presidente del tribunal Álvaro Campos, como el suplente Isaac Igual me enviaron los días 1 y 2 de junio y espero que todos los miembros del tribunal lean mi respuesta hasta la última palabra:



Álvaro, en el tuyo dices que a pesar de mi pésima actitud, has hecho borrón y cuenta nueva para empezar de cero. Disculpa mi ignorancia, está claro que mi inexperiencia no me deja ver bien la realidad, pero me parece un tanto «curioso» el asunto de tu mensaje («Dar la nota», como si llorando sólo buscase llamar la atención) además de sorprendente todo lo que me dices después de ese borrón y cuenta nueva.
Agradezco tus sabias reflexiones. Está claro que yo no soy lo suficientemente inteligente como para pensar por mí misma y llegar a las conclusiones que tan amablemente me has facilitado. Es cierto que el esfuerzo no garantiza el éxito; ahí te doy la razón, pero yo soy de las que piensa que el esfuerzo, el interés y la perseverancia deben ser recompensados en el ámbito académico (y más si se es testigo de todo ese trabajo). Tus indicaciones son perfectas para el mundo laboral, pero te recuerdo que yo era una estudiante, no alguien que se presentaba a un concurso de ilustración.
Por otro lado, me resulta llamativo que me expliques que «no todos los pintores son Picasso, ni todos los físicos son Einstein» porque me da la sensación de que has dado por hecho que me estoy comparando con «uno de los grandes», que me considero perfecta. Si eso fuera así, no me habría esforzado como lo hice, ni me habría reventado a trabajar, ni os habría pedido tantas correcciones. Habría estado mucho más tranquila, mi esfuerzo habría sido mucho menor y te aseguro que la nota me habría importado muchísimo menos, ¿no crees?
Tal vez esos aires de grandeza que crees que tengo se ajusten más al dicho «piensa el ladrón que todos son de su condición». (Por cierto, en psicología se llama «proyección»: atribuyes a los demás cualidades que inconscientemente te desagradan de ti mismo y que no crees tener).
Me has acusado de vanidad, de soberbia y de una falta de humildad preocupante. Todo por salir llorando y dejarte con la palabra en la boca ante una nota que yo considero injusta. Me sorprende que con todos los años que llevas en la docencia no sepas distinguir entre una alumna soberbia y arrogante y otra hundida y al borde de un ataque de ansiedad. Es verdad, qué irrespetuosa he sido. Actué de forma infantil y emocional sin pensar en la importancia de tus palabras y preocupándome únicamente de que me había matado a trabajar para finalmente sacar una nota mediocre. Porque sí, un 8 es una nota mediocre para alguien que lleva un curso entero esforzándose en un proyecto, con un horario terrible, compaginándolo con otras asignaturas, problemas personales y presentándose en mayo (menos mal que esto se tenía en cuenta a la hora de evaluar el trabajo).
No te preocupes, entiendo tus reflexiones paternalistas. Es normal que ejerzas esa función apaciguadora y explicativa si me crees incapaz de razonar después de verme llorar. Es más fácil escurrir el bulto y llamarme vanidosa que intentar ponerte en mi lugar y pensar en qué me podía estar pasando realmente por la cabeza en esos instantes. Es más fácil tacharme de egocéntrica y soberbia, que reconocer que Edurne Valiente no llega a la excelencia porque no es uno de esos compañeros de clase «con talento» que rara vez bajan del nueve.
Por tus palabras, he de suponer que un alumno con un notable alto no tiene derecho a quejarse o a aspirar a un nueve con su perseverancia, esfuerzo y trabajo. Además, me llama especialmente la atención que insistas en que, de aquí a unos meses —«en el mejor de los casos», no vaya a ser que Edurne sea una causa perdida—, veré mis ilustraciones con otros ojos. Las veré peor de lo que están, quieres decir. No te quito razón, pero tus palabras dejan entrever de nuevo tus prejuicios. No recuerdo haber dicho nunca que mis ilustraciones sean perfectas, pero sí recuerdo haber dicho que no me conformaba con un trabajo «bueno», ni «notable». Tendrás que disculparme otra vez por mi osadía, es evidente que no te gusta que alguien con menos experiencia te ponga pegas, pero creo que estás confundiendo vanidad y soberbia con autoexigencia.
Yo no le he exigido al tribunal ningún nueve, Álvaro. Si lo hubiera exigido, os habría llegado a todos una reclamación por mi parte. ¿Considero que mi trabajo tendría que tener esa nota? Pues sí, ya lo he reconocido antes. ¿Tan malo es eso? He de suponer que si tanto te ha molestado mi actitud es porque no te gusta que infravaloren esos buenos criterios que el tribunal ha aplicado tan adecuadamente en mi trabajo. Tal vez tendríais que hacer todos un ejercicio de empatía y pensar que, si a vosotros no os gusta que os pongan en entredicho vuestra profesionalidad, a mí tampoco me gusta que me encasillen en un notable alto y menosprecien mi trabajo y mis esfuerzos. Además, no creo que sea tan descabellado pensar que mi trabajo rozaba la excelencia cuando dos profesoras lo valoraron tan positivamente en su momento.
Dices que tus notas valen lo mismo que la del resto de profesores, no obstante, por tus palabras me da la sensación de que crees que estaba buscando algún tipo de favoritismo. Si te estuve mandando tantos correos fue porque valoraba tus consejos y lo que pudieras enseñarme para mejorar mis ilustraciones y siempre te di las gracias por tu ayuda, igual que al resto de docentes. También pareces llamarme desagradecida entre insinuaciones muy sutiles; déjame recordarte que los profesores debéis ayudar a los alumnos que lo necesitemos; es vuestro trabajo. Y si nos ayudáis, lo último que tenéis que hacer es echárnoslo en cara para hacernos sentir mal, (sobre todo si la alumna está constantemente dando las gracias por correo y disculpándose por las molestias, ¿eh?).
 Reconozco que he sido bastante ingenua; también creía que te sentirías orgulloso del interés que estaba mostrando por aprender y mejorar. Creía que te sentirías orgulloso de mí, pero visto lo visto, ha sido todo lo contrario. Una pena.
Te despides diciéndome de nuevo que tengo que mejorar muchísimas cosas para llegar a la excelencia, pero que sin humildad, me espera un futuro lleno de tragos amargos. Es curioso y decepcionante a partes iguales el modo en el que me has prejuzgado: no me conoces. Si hubieses sido más observador, habrías visto que mi autoestima está por los suelos. Tus acusaciones de vanidad y soberbia no tienen fundamento alguno, lo siento, pero es así. Yo no te dejé con la palabra en la boca porque me creyera Frida Kahlo o Marie Curie; me fui llorando y hundida a mi casa porque vi que había trabajado para nada, para volver a quedarme con una nota mediocre en comparación con el esfuerzo que había realizado.
Me gustaría decirte algo más, Álvaro: me alegra que mis «malos modales» te hayan hecho molestarte lo suficiente como para escribirme ese correo y recibir al día siguiente el de tu fiel amigo Isaac para, entre otras cosas, tacharme de maltratadora. (No te preocupes, Isaac, más adelante te atiendo a ti también). Ahora entiendo todo lo que piensas de mí, Álvaro, y parece que mi desaire te lo tomaste como algo personal, cuando fuiste tú quien se acercó a decirme la nota. Si me la hubiera dicho cualquier otro miembro del tribunal, mi reacción habría sido la misma.
Álvaro, no me diste tiempo de reaccionar e ir a hablar contigo (cada persona necesita sus tiempos y es posible que el mío sea lento, pero es el mío) y pedirte las disculpas pertinentes. En lugar de eso, me mandaste un correo al día siguiente lleno de insinuaciones falsas y sutiles menosprecios. También habría ido a hablar contigo si en tu mensaje te hubieses limitado a expresar tu malestar por mi falta de respeto al dejarte con la palabra en la boca. Te habría dado mis explicaciones y pedido las disculpas necesarias, pero me enviaste una retahíla de «amables reflexiones» en las que sutilmente me llamas vanidosa, poco humilde y con falta de talento (entre otras lindezas). Esas reflexiones sobraban. Creo sinceramente que no me las merezco.
También os quiero hacer una reflexión, aunque al parecer no tenga la madurez suficiente como para permitirme ese derecho: actitudes y menosprecios como las que habéis tenido hacia mi trabajo (un trabajo donde había esfuerzo, interés y dedicación y que además estaba muy bien hecho), sólo consiguen desmotivar al alumnado y minarle la autoestima. Vuestras calificaciones que tan «adecuadamente» ponéis hacen daño a los alumnos que nos dejamos la piel en vuestros trabajos, porque no sois conscientes del esfuerzo que hay detrás. Parece que a los profesores se os olvida que también habéis sido estudiantes. Y viendo la actitud que habéis tenido hacia una reacción fruto de la impotencia y el daño, sólo puedo lamentar vuestra falta de empatía y vuestras acusaciones infundadas.
Viendo como alguno de vosotros habéis interpretado mi maleducada reacción emocional, no espero que comprendáis mi posición. Tampoco espero que ninguno reconozca las malas palabras que hay en vuestros correos: seguid pensando que soy vanidosa, soberbia y poco humilde si eso os hace sentir mejor. Sin embargo, me reitero: lo que habéis interpretado como un acto de vanidad fue en realidad la consecuencia de una autoestima anulada. No esperaba un cambio de nota, pero mucho menos esos ataques en vuestros correos, como si yo hubiese agredido al presidente del tribunal.
Y aquí entras tú, Isaac. Al parecer, además de verme soberbia y vanidosa, me tachas de maltratadora. Según tus palabras textuales: «es triste que en un proyecto en el que nos has hablado del maltrato de las personas, tú te hayas comportado de la misma manera». Caray. ¿De verdad me estás comparando con una maltratadora? ¿Eres consciente de la burrada que has escrito?
¿Sabes? Tengo la sensación de que mi proyecto no te lo debiste de leer con la suficiente atención (y eso que sólo tenías uno para corregir), ya que si no, te habrías dado cuenta de que la víctima que aparece en el relato Carta a un maltratador psicológico, soy yo. ¿Tienes idea del daño emocional que sufrimos las verdaderas víctimas a manos de nuestros maltratadores? No, evidentemente. Y voy a decirte algo más, sin florituras ni remilgos: me ha jodido sobremanera que pongas a Álvaro como a un mártir y a mí como a un monstruo del nivel de un maltratador, porque no tienes ni puta idea de lo mal que lo he pasado a manos de uno. Llevo mucho tiempo con ayuda psicológica para poder superar lo que me ha hecho, pero tu ignorancia demuestra que es mejor frivolizar sobre el maltrato para defender a un compañero de trabajo, que pararse a pensar en las consecuencias que tienen tus palabras en una cría inexperta de 23 años. Y por favor, no te excuses diciendo que he malinterpretado tus palabras, porque has quedado retratado a la perfección. Tu comentario ha sido sucio, rastrero, ruin y cruel; impropio de una buena persona y mucho menos de un docente.
Me parece una VERGÜENZA que por haber salido llorando y dejar al presidente del tribunal con la palabra en la boca (porque estaba hundida y no pude hacer otra cosa), Álvaro y tú me vengáis con estos ataques, como si yo le hubiese pegado una paliza al susodicho hasta dejarlo inconsciente, en lugar de haberme ido llorando a mi casa. ¿De verdad os he hecho tanto daño? ¿De verdad me he portado tan mal? Vuestras palabras son lamentables, pero de personas que me acusan falsamente de maltrato no puedo esperar otra cosa. Y sí, Álvaro, a ti te meto en el mismo saco que Isaac porque en ningún momento has desmentido públicamente sus horribles acusaciones hacia mí. Doy por sentado que te sientes «víctima» de una «despiadada maltratadora», pero dejadme que os diga algo más a los dos: ninguno tenéis ni puta idea de lo que es el maltrato porque de ser así os habríais dado cuenta de que mi reacción tenía otras raíces y no habríais frivolizado con algo tan serio que nos toca vivir a muchísimas mujeres.
Muchas gracias por desearme lo mejor, Isaac. Es muy agradable recibir todo ese apoyo después de que te den una buena hostia.
Ninguno vais a entender nada de lo que digo, ni de cómo me siento, pero me da igual. Podéis pensar lo que os dé la gana: que soy una vanidosa, una soberbia y que me falta humildad. Podéis añadir a la lista el victimismo y la venganza, que seguro que es lo que veis en mis palabras a pesar de que lo único que hago es defenderme de vuestras acusaciones. También catalogadme de exagerada, histérica, desequilibrada o loca; eso sería muy previsible.
Sin embargo, yo también tengo una opinión sobre vosotros dos: vuestra actitud ha sido impropia de profesionales y deja muchísimo que desear. No me esperaba un trato semejante, ni tan vejatorio. Mandarme esos correos sólo demuestra vuestra falta de empatía, arrogancia y bajeza moral (en tu caso, Isaac, por acción y en el de Álvaro, por pasividad).
Una última cosa: antes de que sigáis apaleándome, voy a tener la desfachatez de recomendaros hacer un ejercicio de autocrítica, aunque os cueste salir de ese estado de divinidad en el que estáis metidos: cualquier edad es buena para aprender y mis errores, como bien habéis insinuado, parecen ser fruto de la inexperiencia. Sin embargo, los vuestros no tienen nombre. Habéis metido la pata hasta el fondo. No sois conscientes del daño que habéis hecho.
Efectivamente, Álvaro, el verdadero drama no es el notable alto.
Ahora sí, doy el asunto por zanjado para siempre.
Cordialmente,
Edurne.                              
P.D: A Carmen, Gabriela y Damiana: quiero daros las gracias a las tres porque, aunque sé que sois conscientes de la situación que mi comportamiento generó y que —supongo—  compartís la opinión de Álvaro e Isaac, os habéis mantenido al margen y no me habéis enviado ningún correo acusativo para machacarme aún más. Gracias a las tres de corazón.

~~~

También he de decir que una de las tres profesoras que componían el tribunal me escribió justo al día siguiente de enviar mi correo. Al parecer, fue la única con sentido común y le agradezco tanto el apoyo como las palabras bonitas que me dedicó: 



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