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El señor Lagarto: primera parte.

Me senté en el banco del pasillo que había frente a su clase. La puerta permanecía cerrada, aunque se veían las luces encendidas a través del ojo de buey. El señor Lagarto debía de estar dentro pese a que acababa de sonar el timbre que anunciaba el inicio del descanso. Su puntualidad era conocida por todos, igual que su riguroso orden a la hora de planificar el temario de cada clase.
Inspiré profundamente y empecé a abrir la cremallera de mi mochila. Paré de pronto; los nervios me acariciaban el estómago. Me levanté, avancé hasta la puerta y me asomé por el ojo de buey. Esperé ver al señor Lagarto escribiendo en la pizarra, pero me encontré el aula vacía. Fruncí el ceño y cuando reparé en el maletín que descansaba sobre la mesa del profesor, ya era demasiado tarde: al girarme le vi avanzando por el pasillo con paso firme, en una marcha que se me antojó militar. Debido a su corta estatura le comparé con un soldadito de juguete.
Regresé al banco, me senté junto a mi mochila y saqué de su interior el libro había empezado a leer esa misma semana. No recuerdo si el señor Lagarto me saludó cuando llegó hasta la puerta, pero sentí su atenta mirada estudiándome a pesar de que utilicé el libro como escudo, escondiéndome tras sus páginas mientras los nervios y la vergüenza se adueñaban de mis tripas.
Ahora soy plenamente consciente de que su estudio deliberado le proporcionó unos detalles muy valiosos sobre mi persona, con los que en el futuro se encargaría de manipularme.
Tragué saliva cuando el señor Lagarto sacó las llaves del bolsillo del pantalón, abrió la puerta y entró en el aula en silencio. El corazón galopaba en mi pecho igual que un caballo en libertad. Alcé la vista de las letras, sintiendo una extraña necesidad que no era capaz de definir. Tenía media hora de patio. Media hora para descansar de las clases. Media hora para reunirme con mis compañeros en la cafetería o para salir a la calle a distraerme un poco. Media hora para socializar. Sin embargo, prefería la amistad del libro a la de mis colegas.
Inspiré hondo. Pensé en entrar en clase a leer. El señor Lagarto había dejado la puerta abierta: la posibilidad estaba ahí, casi parecía una invitación. La idea de quedarme a solas con él me resultó morbosa, pero la atracción que sentía iba acompañada de un profundo rechazo.
No.
No, no iba a quedarme a solas con él pese a que mi conciencia me decía que no había nada malo en ello.
Volví a inspirar hondo antes de clavar la vista en el libro.

La ilustración me pertenece. NO la uses sin mi permiso. The illustration is mine. DON'T use it without my permission.

Comentarios

  1. El apodo (en caso de que lo sea) de "señor Lagarto", ¿le viene por ser un arrastrado? ¿O quizá por ser frío cual reptil? He percibido cierta tensión entre el profesor y la alumna (cierto rechazo por parte de ella hacia él, pero también una atracción subyacente). ¿Quizá el hecho de que él la manipula en un futuro tiene que ver con una relación de carácter íntimo entre ellos? Por cierto, también me siento identificada con el hecho de preferir la compañía de un libro que la de los compañeros de clase. El 99.9% de las veces es mucho más placentera. El relato me ha gustado, aunque me gustaría leer alguna continuación que aclarara la futura relación entre ambos personajes. La ilustración (si bien no entiendo de arte) también me parece muy conseguida, y que capta la distancia de los personajes, así como mantiene el misterio respecto a sus identidades (pues no nos dejas ver sus rostros). Sólo un pequeño error: has puesto "mí persona" y debería ser "mi persona", sin tilde en la "i". ¡Un abrazo!

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    Respuestas
    1. Hola, Athenea.
      Respondiendo a tus preguntas: las dos son muy acertadas. El apodo no es una mera casualidad.
      Para saber qué clase de relación hay entre ambos protagonistas tendrás que esperar a las siguientes partes del relato. Habrá más de una continuación.
      Yo también prefiero la compañía de un libro a la de una persona, coincido en que su compañía suele ser más placentera.
      Con respecto a la ilustración, decirte que después de muchos años por fin he conseguido un estilo que me gusta y en el que me siento cómoda. Podrá gustar más o menos a los demás, pero a mí me vale y eso es lo importante. Lo de que no se vean los rostros está hecho adrede, evidentemente. Es una forma de crear misterio y también de decir que esas dos personas pueden ser casi cualquiera, puesto que no tienen ningún rasgo que las identifique más que la forma y el color del pelo.
      Muchas gracias por decirme el error. Se me ha colado porque pensaba terminar la frase en "mí" y al revisar el relato añadí "persona", olvidándome de quitar el acento.
      Un abrazo, bonita.

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