Subió las escaleras
mecánicas corriendo, aunque éstas se encontraban fuera de servicio. La
explosión se había escuchado por todo el centro comercial y Beth tenía que verlo. El suelo había temblado tanto que
las pocas personas que se encontraban por allí tuvieron que apoyarse en las
paredes para no caer. Se acomodó la mochila en la espalda y llegó hasta el
segundo piso con el corazón en un puño. Las rápidas pulsaciones indicaban los
nervios que la invadían. Cuando por fin logró acercarse a las puertas
acristaladas, tuvo que contener el aliento.
Algunos refugiados pasaron
junto a ella para descender a las plantas subterráneas con cierta prisa. Sin
embargo, la joven contemplaba el exterior con los ojos muy abiertos. La ciudad
en ruinas conseguía cautivarla. Era una sensación grotesca. Los edificios
derruidos desprendían tentáculos de humo negro que se perdían al acariciar el
cielo gris.
Inspiró hondo en un vano
intento por relajarse. En la terraza del exterior se veían a varias personas;
curiosos que querían observarlo. Beth
abrió la puerta corredera de cristal y salió con ellos. No obstante, permaneció
próxima al refugio por si las cosas se complicaban.
Estaban sacando fotos. A
pesar de que el paisaje era desolador, la joven no comprendía por qué querían
inmortalizar ese momento. Se cruzó de brazos, con la mirada fija en el
horizonte. Tragó saliva, notando la angustia crecer en su interior. Pasaron
unos instantes donde sólo se escuchó el leve murmullo de las personas que había
frente a ella.
Y fue entonces cuando
apareció de nuevo. A lo lejos pudo verse la bola de energía que se elevaba
entre los pocos edificios que quedaban en pie. Beth se abrazó el costillar, con
la piel de gallina. El corazón le latió más rápido mientras sus ojos seguían el
recorrido ascendente de aquella masa en el horizonte, con un tamaño similar al
de una pelota de baloncesto. Los científicos todavía no habían descubierto qué
era esa cosa, aunque habían advertido a los supervivientes de lo nocivo que
era.
Separó los labios para
hablar, pero la voz quedó ahogada por un nudo en su garganta. Apenas era
consciente de que jadeaba debido a los nervios.
—Entrad —les advirtió,
arrimándose instintivamente a la puerta—. Vamos.
Pero aquellas personas no
se movieron del sitio. La miraron como quien mira a una mosca, para después
volver a centrar su atención en la masa de energía que aumentaba de tamaño poco
a poco. Alzaron las cámaras y volvieron a capturar el instante.
—Entr-… —su voz quedó
ahogada por un estallido ensordecedor.
Beth chocó contra el
cristal de la puerta y tuvo que cubrirse los ojos ante la enorme cantidad de
luz que inundaba todo el lugar. Escuchó gritos. El calor del ambiente era insoportable.
Tenía los ojos cerrados cuando sintió una arcada. Olía a quemado. «A carne
quemada», puntualizó una vocecilla dentro de ella.
Cuando la luz disminuyó
fue cuando logró bajar el antebrazo y abrir los ojos. El cielo estaba envuelto
por una cúpula de llamas que descendían lentamente como pequeñas estrellas
fugaces. El gris de las nubes había desaparecido, al igual que lo había hecho
la bola de energía.
Escuchó los gritos de
nuevo y fue entonces cuando centró su atención en el grupo de personas que
había estado frente a ella. La mayoría yacía en el suelo, muertos. Sin embargo
unos pocos gateaban a ciegas, con la carne derretida desprendiéndose de los
huesos.
Beth se inclinó hacia
delante y vomitó la poca comida que tenía en el estómago. El pequeño tejado que
cubría la entrada del refugio la había protegido de la explosión. Tuvo que
apoyarse en el cristal mientras seguía vomitando, con los ojos llenos de
lágrimas. El olor de la carne era repulsivo.
Una parte de ella quiso
esconderse en la seguridad del búnker, pero el sufrimiento de los supervivientes
le atormentaría si no les prestaba ayuda. Inspiró hondo y volvió a erguirse. El
cielo seguía en llamas, aunque éstas no tenían la fuerza del principio.
Contuvo la respiración
antes de taparse la nariz con una mano y avanzar hacia la terraza descubierta.
Algunas estelas de energía caían a su alrededor, dispersándose por el suelo
hasta desvanecerse. Se mordisqueó el labio, que le temblaba con violencia. Los
gritos, gimoteos y lloros se mezclaban con súplicas ininteligibles.
Beth llegó hasta el primer
herido. Cuando le miró sintió que su estómago se contraía de nuevo. Necesitó
vomitar otra vez, pero no tenía más bilis que expulsar por la boca.
La carne quemada dejaba al
descubierto algunas zonas de hueso, mientras que los ojos de aquel hombre se
deslizaban derretidos por sus mejillas. Estiró la mano hacia ella, pero la piel
estaba tan deshecha que tuvo miedo de provocarle más daño si intentaba
ayudarle.
Su cuerpo desprendía humo.
Beth se fijó en algo metálico que brilló ante sus ojos: el reloj se había
fundido por el calor, quedando adherido a su muñeca. Tragó saliva, sin saber
cómo socorrerle.
No obstante, soltó un
quejido cuando algo le acarició la piel. Las estelas de fuego seguían llegando desde
las nubes, despacio. No eran más grandes que la uña del dedo meñique, pero
cuando Beth se miró el antebrazo descubrió que se había formado un pequeño
agujero allí donde la energía le había rozado la piel. Gritó. La sangre
descendía por su codo hasta caer al suelo.
Antes de que pudiera
recapacitar salió corriendo de allí, abandonando a los pocos supervivientes.
«Ya están muertos». Se dijo. Ningún médico podría curar eso. Era imposible.
Entró en el búnker y fue
directamente a ver a Gary.
***
—Ni hablar —apretó la
venda con cuidado, asegurándose bien de que no se movía. Después la sujetó con
un trozo de esparadrapo—. No vas a hacer tal cosa.
Beth movió los pies, que
colgaban de la camilla donde estaba sentada.
—Tengo que hacerlo
—insistió, acariciándose el vendaje con las yemas de los dedos.
Gary la observaba de
brazos cruzados. Tenía la bata manchada, aunque seguía siendo blanca. Las gafas
se le escurrían por la nariz, por lo que se las subió con el índice.
—Ya has visto lo que hace
esa cosa —le señaló la herida—. ¿Acaso quieres estar fuera cuando vuelva a
repetirse?
La joven sacudió la
cabeza, angustiada. Los recuerdos sanguinolentos eran demasiado recientes.
Intentó librarse de ellos, pero no pudo.
—No me quiero quedar aquí
—se puso en pie de un pequeño salto—. No sabemos cuántas explosiones más
aguantará este lugar. ¿Es que no has visto cómo están el resto de fincas?
El médico bufó,
observándola con el ceño fruncido.
—Es más seguro que
cualquier otro sitio —dijo, aunque una parte de él compartía sus temores.
La joven contuvo el aliento.
—He oído hablar de la Zona
Siete —confesó.
—Rumores.
Negó y volvió a la carga.
—No. Está a las afueras de
la ciudad —explicó, con cierto brillo esperanzador en la mirada—. Es un refugio
escondido entre los campos de cultivo.
—Beth, por favor…
Los ojos oscuros de la
muchacha se endurecieron.
—Tengo un mapa.
Silencio. Los segundos pasaron
despacio hasta que el hombre se atrevió a hablar de nuevo.
—¿Cómo lo has conseguido?
Se encogió de hombros.
—¿Acaso importa? —hizo una
breve pausa antes de continuar—. Se dice que en las afueras las explosiones
apenas causan daños.
—Beth…
—¿Te das cuenta? —le
interrumpió, intentando inútilmente contener su euforia—. Podríamos trasladar
allí al grupo. Podríamos hacerlo de noche, cuando no hubiera vigilancia. Tal
vez…
—¿Es que te has vuelto
loca? —la miró como si no la conociera—. No voy a permitir que tus fantasías
nos arrastren a todos hacia el desastre.
Sus palabras la golpearon
con la fuerza de un puñetazo.
—Acabo de ver las consecuencias de la explosión
—respondió, notando las primeras lágrimas aflorar en sus ojos. Por mucho que lo
intentase, no lograba alejar de su mente las imágenes que habían captado sus
retinas—. No pienso quedarme aquí mientras esa cosa explota periódicamente.
—Beth, espera…
Sin embargo, la joven
había recogido su mochila y caminaba hacia la puerta a toda prisa.
Me recuerda un poco en la temática a la segunda película de "El corredor del laberinto", por el hecho de "la vigilancia", el hecho de que haya un refugio (La zona siete) y lo de la carne derretida que se despega de los huesos. La verdad, si bien esta línea narrativa post-apocalíptica/ distópica no suele llamarme mucho (salvo la excepción de "El corredor..." y alguna otra), como siempre tu forma de escribir es impecable y consigues enganchar al lector. Espero que subas pronto la siguiente parte de la historia para saber qué pasa con Beth, quiénes son los que vigilan y de qué están compuestas exactamente esas bolas de energía. ¡Un beso!
ResponderEliminar¡Hola, Athenea!
EliminarMe alegra mucho verte de nuevo por mi blog. :)
Como ya te comenté, no he visto la segunda parte de "El corredor del laberinto" porque la primera no me gustó. Este relato está basado en una pesadilla que tuve hace unos meses.
Es grato ver que las cosas que escribo te siguen gustando, aunque me pensé mucho el publicar este texto porque lo vi lleno de errores y me tocó someterlo a una nueva corrección. Pero bueno, ya sabes lo quiquillosa que soy con este tipo de cosas. xD
Un beso.