Enhebró la aguja, la hundió en su carne. Emmeline
sintió una punzada de dolor entre los omóplatos, pero fue incapaz de moverse.
Le miró de reojo a través de un velo de lágrimas mientras su captor seguía
bordando su obra.
—¿Sabes? —se inclinó hacia ella y, sin dejar de
sonreír, le susurró al oído sus planes—: Vas a ser un cuadro precioso.
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