Las dos horas que duraba su clase transcurrían
siempre en un suspiro. Era una pena y una bendición tener un profesor tan bueno
enseñando una asignatura tan adecuada. A pesar de que el curso había empezado
hacía un par de meses, sentía tristeza cada vez que pensaba en que sus clases
tenían fecha de caducidad.
Ese día me senté en una mesa de la quinta fila, al
lado de unas compañeras. Aún no las conocía lo suficiente, pero aunque lo hubiese
hecho no se me habría ocurrido hablarles. Al señor Lagarto no le gustaban los
murmullos. Los cuchicheos le ponían de muy mal humor. Cada vez que escuchaba
alguna vocecilla, por nimia que fuera, interrumpía su discurso y se quedaba
mirando fijamente al inconsciente que osaba molestarle. De esa forma, el alumno
se sentía intimidado y rara era la ocasión que repetía tan atrevida hazaña.
No lo voy a negar; esa autoridad con la que
gobernaba las clases fue una de las cosas que me llamó mucho la atención. Me
sorprendía que alguien tan insignificante, con tan poca presencia, fuese capaz
de proyectar una personalidad tan arrolladora. Era algo que no entendí en su
momento y que al final me tocó comprender por la fuerza: ese reinado de terror
no era una casualidad, aunque siempre lo camuflaba tras una cordialidad fría y
distante.
Ese día, sin embargo, mi curiosidad era una venda
que me cubría los ojos por completo. Cuando el señor Lagarto terminó la clase,
después de que nos pusiera varios ejercicios para la semana siguiente, nos
repartió los trabajos que había corregido la semana anterior. Fue alumno por
alumno, haciendo algún breve comentario en ocasiones muy determinadas. Estaba
convencida de que me mostraría su habitual indiferencia, al fin y al cabo, mi
objetivo durante ese primer trimestre era pasar completamente desapercibida
—algo que se me daba muy bien—.
No fue así.
Me tendió mis ejercicios corregidos, debidamente
guardados en una funda de plástico. Cuando los sujeté por el otro extremo, el
señor Lagarto no los soltó. Me miró fijamente, con una débil sonrisa en los
labios. Nunca en mi vida he conocido a una persona con una mirada tan
penetrante y, como no pudo ser de otra forma, consiguió que desviase la vista
hacia otro lado.
—Muy buen uso de la línea.
Fueron unas palabras simples, pero al venir de
alguien como él se me antojaron el
mejor de los cumplidos. El corazón se me atascó en la garganta. Me sentí tan
abrumada que no pude reaccionar. Ni siquiera le di las gracias.
Cuando soltó mi trabajo, el embrujo se rompió. Mis
compañeros recogían sus bártulos a mi alrededor para ir a la siguiente clase,
así que me di media vuelta y traté de hacer lo mismo.
El señor Lagarto siguió repartiendo los ejercicios
que le quedaban y yo salí por la puerta sin mirar atrás, con una agradable
satisfacción acariciándome el pecho.
La ilustración me pertenece. NO la uses sin mi permiso. The illustration is mine. DON'T use it without my permission.
Me da la sensación (en la primera parte del relato ya me pasó) que la alumna va a tener una obsesión enfermiza con este profesor que quizá acabe en una "relación" (o tal vez no). Creo que en algunos casos (tanto en literatura como en la vida real) los alumnos idealizamos tanto a los profesores que, en ocasiones, podemos llegar a verlos como nuestro objeto de deseo. Quizá sea por el morbo de la autoridad, o tal vez porque tenemos tal admiración por ellos que, cuando nos prestan un poquito de atención, nos volvemos loco/as. Si bien en el pasado disfrutaba mucho con este tipo de romances, de un tiempo a esta parte los veo problemáticos: una relación en la que una de las partes tiene autoridad sobre la otra no es una relación entre iguales. Si tu intención es llevar el relato por esa línea, me encantaría ver un nuevo enfoque (cómo la alumna sufre ese abuso de autoridad, quizá), y no la idealización de estos romances (muchas veces tóxicos) que vemos en literatura, películas y series (como en la famosa "Pretty Little Liars").
ResponderEliminarNo obstante, tampoco estoy 100% segura de si vas a dirigir el relato por esa vía, puesto que lo dejas envuelto en misterio y suspense. La figura del profesor, tan intimidante y exigente, me recuerda a algunos de los docentes que he tenido en mi vida académica. Esperaré a la próxima entrega para ver cómo va evolucionando la historia.
Un abrazo,
Athenea
Hola, Athenea.
EliminarEn primer lugar, muchas gracias por dedicar parte de tu tiempo a leerme y a dejar tu comentario. Siempre hace ilusión.
En segundo lugar, tienes razón en muchas de las cosas que dices: las relaciones donde hay un desequilibrio de poder son tóxicas y eso es algo que va a verse poco a poco en estos relatos. Es normal que pienses que la que sufre una obsesión enfermiza es la chica, puesto que los fragmentos están narrados en primera persona y claramente se ve que idealiza al profesor. Sin embargo, no sabemos nada de lo que piensa el otro protagonista, ni de cómo está viendo a su alumna. No te preocupes, en futuras partes se irán aclarando más cosas y verás si la idealización sigue o si se convierte en un abuso de poder.
Un abrazo.