Inclinó la cabeza hacia atrás para contemplar las
estrellas mientras apoyaba las manos en el suelo, tras su espalda. El agradable
calor del fuego contrastó con el rocío de la hierba. Cerró los ojos y dejó que
los sonidos de la noche la envolviesen: el crepitar de las llamas que lamían la
madera, unos grillos no muy lejanos, el aullido de un lobo…
Abrió los ojos y miró hacia el lindero del bosque
que había no muy lejos de allí. No era buena idea encender un fuego en mitad de
una explanada, pero habría sido peor adentrarse entre los árboles.
Pensó en Naima, su loba, temiendo que corriera
peligro. Sin embargo, una leve sonrisa decoró sus labios cuando la vio salir
del bosque y trotar hacia ella con un cervatillo muerto entre sus dientes.
—Has tardado mucho —comentó.
Naima respondió con un gruñido, dejando la presa en
el suelo, junto a ella. Sus ojos amarillentos la miraban de vez en cuando
mientras comía con gula, manchando el pelaje gris de su hocico de carmesí.
La joven la contempló con la calma poblando su
rostro, disfrutando de verla comer. Se le escapó un suspiro y finalmente se
tumbó sobre la hierba. Las estrellas cubrían el cielo nocturno de forma
caprichosa; algunas brillaban con mucha intensidad, mientras que otras
titilaban como pequeñas luciérnagas.
—¿Qué crees que son todas esas luces? —preguntó en
un murmullo.
Naima se sentó junto a ella y alzó la vista hacia la
oscuridad del cielo. No había luna, pero eso no le impidió aullar con fuerza,
prolongando su voz hasta que sus pulmones se quedaron sin aire. Otro lobo le
respondió desde muy lejos.
La muchacha se incorporó sobre sus antebrazos.
—¿Crees que son lobos? —arqueó una de sus cejas,
sorprendida.
Naima volvió a aullar como toda respuesta y su dueña
se acomodó otra vez en el suelo.
—Vamos, ven —le ordenó—. Si sigues montando ese
barullo vendrá toda la manada.
La loba se acurrucó contra ella, apoyando la cabeza
sobre su busto. Se dejó acariciar, mansa, apacible. Ambas tardaron en dormirse,
pero cuando lo hicieron disfrutaron de un sueño profundo.
Al día siguiente,
dos muchachas descansaban abrazadas sobre la hierba. Una vestida y otra desnuda…
con los labios manchados de sangre.
Comentarios
Publicar un comentario