La encontró en la habitación, sentada en la camilla
con las piernas flexionadas y los tobillos cruzados. El pelo oscuro le caía por
los hombros igual que una cascada de tirabuzones, dotándola de un aspecto
salvaje que nada tenía que ver con la realidad.
Inspiró hondo; sabía perfectamente que había entrado
en la habitación, pero decidió —una vez más— ignorarle. El libro que la tenía
absorta le llamaba mucho más la atención que él.
O eso intentaba que creyese.
Sonrió al descubrir los restos de la cena en la
bandeja que había en la mesilla auxiliar. Por primera vez se terminó los platos,
así que cierta sensación de orgullo le acarició el corazón.
Avanzó por el pasillo hasta que llegó junto la
butaca, pegada a la pared izquierda del dormitorio. Cuando se sentó, estudió a
la joven mientras fingía leer.
—Te he traído un premio, Coral. —Su voz rasgada fue
amable, casi dulce.
La chica parpadeó un par de veces y no pudo evitar
mirarle de reojo. Aquel detalle hizo que su sonrisa se ensanchara. Su paciente
permanecía en un mutismo absoluto que le crispaba los nervios y ponía a prueba
su paciencia, sin embargo, tenía algunas actitudes que demostraban el interés
que sentía hacia él.
—Sabía que te lo comerías todo —mintió, sin apartar
la vista de ella—, por eso te he traído el postre.
Fue entonces cuando le enseñó el biberón que sostenía
entre las manos. La leche estaba muy caliente; casi ardiendo. La joven se
incorporó para estudiarlo, desconfiada. La había pillado por sorpresa.
La ilustración me pertenece. NO la uses sin mi permiso. The illustration is mine. DON'T use it without my permission. |
—¿Lo quieres, Coral? —inquirió con lentitud—. ¿Te
has quedado con hambre?
Parpadeó varias veces más, confusa. Era evidente que
se encontraba en plena adolescencia, aunque desconocía su edad exacta. Ni
siquiera había logrado conseguir que pronunciara su propio nombre, por lo que
tuvo que ser él mismo quien la bautizase.
—Si no lo quieres, lo devolveré a las cocinas
—explicó, mostrándose igual de tranquilo que de costumbre—. No quiero forzarte
a comer.
La vio cerrar el libro, para después sentarse en el
borde de la camilla. Bajó de ella deslizándose por el colchón, con cuidado. Su
curiosidad era real, pero permaneció inmóvil frente a él.
—Toma. —Le tendió el biberón y, tal y como
presintió, no quiso aceptarlo. Era demasiado vergonzosa como para bebérselo
delante de él—. ¿Quieres que me vaya?
Negó en silencio, sin salir de su mutismo.
—¿Quieres que te lo dé yo?
Desvió la mirada hacia sus pies descalzos, con un
ligero sonrojo decorándole las mejillas. Theodore volvió a inspirar hondo,
extrañamente complacido.
—Tendrás que sentarte en mi regazo —explicó—. ¿Estás
dispuesta a eso?
Coral le miró las piernas mientras se aferraba a los
pliegues del camisón. Tenía dudas.
Y curiosidad.
—Puedo llamar a una enfermera si lo prefieres
—sugirió. Su dedo índice trazó un surco por el borde del biberón, despacio. La
joven captó ese detalle a pesar de su nimiedad—. No me supondría ningún
problema. ¿Quieres que llame a una mujer?
No asintió, pero tampoco negó. Coral no reaccionó de
ninguna forma, por lo que Theodore hizo ademán de ponerse en pie.
Y entonces obtuvo la respuesta que buscaba: se
aproximó rápidamente a él, acortando las distancias para que no pudiera
levantarse. Theodore la observó con una sonrisa de satisfacción dibujada en los
labios; después se acomodó de nuevo en la butaca y esperó.
Coral tardó unos segundos más en decidirse, pero
finalmente terminó sentándose en sus rodillas. Lo hizo con lentitud, temerosa de
que la dejase caer al suelo.
Permanecía rígida, erguida, alejada de su torso.
Theodore ignoró su conducta, alzó el biberón y se lo acercó a los labios. Coral
se inclinó hacia atrás, en un rechazo que no llegó a sorprenderle.
—Vamos —dijo en voz baja, acercándole de nuevo el
biberón. Volvió a rechazarle, por lo que no le quedó más remedio que armarse de
paciencia—. Pórtate bien, Coral —pidió, rodeándole la cintura con el brazo que
tenía libre y pegándola contra su pecho. Notó lo tensa que se puso cuando la
colocó sobre sus genitales. Suspiró. No tenía nada que temer; no estaba
excitado. Además, entre sus sexos había varias capas de ropa que aislaban al
uno del otro—. Vamos, no me hagas hablar…
Le rozó los labios con la tetina del biberón, en una
caricia muy sutil. Coral no se apartó, pero tampoco aceptó su premio. Theodore
inspiró hondo, se acomodó mejor en el respaldo de la butaca y recostó a la
joven contra su busto. Coral descansó la cabeza en su hombro, mientras las
piernas le caían lánguidas por el brazo del asiento.
Una vez más, volvió a rozarle los labios con la
tetina del biberón.
—No seas testaruda… —pidió en un susurro.
Finalmente acarició la goma elástica con la punta de
la lengua, para después introducírsela en la boca con timidez. Sonrió cuando la
vio succionar, sintiendo una morbosa satisfacción en ese acto tan primitivo.
—Muy bien, Coral… —Su sonrisa se hizo más amplia al
descubrirla con los ojos cerrados. Tuvo que inclinar más el biberón conforme se
iba bebiendo la leche, sin apartar la vista de ella. Quiso acariciarle el muslo
con la mano que la sujetaba contra él, pero reprimió sus deseos y guardó la
compostura—. Muy bien…
Los ruidos procedentes de la succión continuaron
hasta que se bebió la última gota de leche, con una lentitud cada vez más
acusada. Se estaba quedando dormida. Inspiró hondo y le quitó el biberón con
delicadeza. Coral no se inmutó; se le escapó un leve suspiro apenas perceptible.
Theodore se rascó la barba con el ceño fruncido y
una sonrisa lobuna decorándole los labios: la paciencia era amarga, pero
siempre daba frutos muy dulces.
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