El doctor Caimán llevaba observándola desde hacía
meses con una disimulada indiferencia tras la que ocultaba su verdadero
interés. La chica no tenía nada especial; nada salvo un completo y riguroso
orden con el que regía su propio mundo.
Cada martes visitaba la tienda de comida rápida
donde trabajaba —siempre a la una en punto del mediodía—, le pedía una botella
de agua y una enorme porción de pizza con extra de queso. El doctor Caimán la
atendía hierático, sin saber cómo dibujar una sonrisa en esos labios tan duros.
Lo último que quería era asustarla y que no volviese por allí. No obstante, su
interés le llevó un día a seguirla hasta su casa cuando se la encontró en una
librería cercana al establecimiento donde tenía su puesto de trabajo.
La vio en la sección de literatura romántica,
leyendo la sinopsis de un libro y después la de otro. Y la de otro. Y la de
otro. La espió desde el pasillo donde se encontraban los ejemplares de recetas
de cocina, pendiente de cada uno de sus movimientos. Miró su reloj y al
descubrir lo tarde que era, seleccionó el primer libro de comida italiana y
caminó hasta el mostrador. Las pulsaciones se le habían acelerado; no quería
que los encargados los echasen de la librería cuando fuesen a cerrar. No quería
cruzarse con ella, así que pagó el precio del libro, salió a la calle a toda
prisa y se detuvo no muy lejos de allí, con la espalda apoyada en la pared del
edificio. Después abrió el ejemplar que había comprado y esperó con disimulo a
que, media hora más tarde, la joven saliera de la librería con una bolsa
repleta de tomos.
La siguió a cierta distancia, sin prisas. Había
caído la noche y las sombras y el ajetreo de la ciudad le ayudaron a pasar aún
más desapercibido. Temió que utilizase un taxi o el transporte público para
llegar hasta su casa, pero la chica siguió andando. Veinte minutos después,
sacó las llaves del bolsillo de su pantalón y entró en un portal.
Esperó unos minutos más mientras observaba la
fachada de la finca: una luz se encendió en el tercer piso. Permaneció impasible,
aunque una extraña satisfacción le acarició el pecho.
La ilustración me pertenece. NO la uses sin mi permiso. The illustration is mine. DON'T use it without my permission. |
Nunca te había dicho lo sugerente y terrorífica que me parece la imagen. Es excelente dentro de su aparente sencillez.
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