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El doctor Caimán: segunda parte.

La ilustración me pertenece. NO la uses sin mi permiso. The illustration is mine. DON'T use it without my permission.

El doctor Caimán tardó casi medio año en crear la poción. Cuando no estaba trabajando, empleaba todo su tiempo en estudiar los viejos volúmenes de química que tenía en el laboratorio de su sótano y, cuando dejaba de estudiar química, practicaba las recetas de cocina italiana de los libros que había ido recopilando a lo largo de esos meses. Así, gracias a su constancia y su tesón, pudo crear una pócima amorosa lo suficientemente potente como para conseguir que esa muchacha ingenua cayese rendida a sus pies.
Sólo tenía que preparar la pizza con extra de queso que tanto le gustaba y verter en una de las porciones varias gotas de su preciado invento. Cuando diera el primer mordisco, sería suya para siempre.
Casi estuvo a punto de sonreír.

~~~

El doctor Caimán tuvo la pizza lista el martes a la una menos diez del mediodía; la masa era más gruesa de lo normal, esponjosa y con los bordes crujientes. Además, el queso derretido cubría toda su superficie igual que una suave nevada. Inspiró hondo y esperó a la joven mientras atendía a los otros clientes. Sin embargo, se hizo la una en punto y la muchacha no llegó. La esperó con las pulsaciones aceleradas, que incrementaron su ritmo conforme pasó el tiempo. Se hicieron las dos, las dos y media, las tres… y sus clientes fueron agotando su preciada pizza hasta dejar únicamente la porción que había reservado para ella.
Por fin apareció cuando estaba a punto de cerrar la tienda de comida rápida. Un muchacho entró con ella, tan extravagante que le hizo arrugar la nariz. Vestía un chándal viejo que le quedaba demasiado ajustado, por lo que su constitución voluminosa se veía exagerada. Además, llevaba el pelo teñido de púrpura, con una cresta de un palmo de alta. Por si fuera poco, su espeso vello facial tenía un espantoso color amarillo que le hizo rechinar los dientes.
Tragó saliva y se esforzó en disimular el desagrado que le invadió al ver a semejante espécimen. Decidió centrarse en ella, en sus ojos grandes y su nariz respingona. Se obligó a sonreír cuando le tendió la botella de agua y la porción de pizza que le había reservado, sintiéndose incómodo con ese gesto tan poco frecuente en él. La vio devolverle la sonrisa y el corazón se le atragantó. No obstante, frunció el ceño cuando su compañero le pidió un refresco gaseoso, lamentando que no hubiera más porciones de esa pizza tan apetitosa. Por fortuna, no le quedó más remedio que conformarse con una de jamón york.
Cuando pagaron y salieron del establecimiento, el doctor Caimán los observó sin poder apartar la vista de la joven. Sólo tenía que darle un mordisco a la masa; un mordisco sería suficiente para hacerla suspirar por él. Sin embargo, contempló con espanto cómo intercambiaba la pizza con su acompañante, que le dio un fuerte abrazo en agradecimiento.
La sonrisa se esfumó de su rostro y su corazón se detuvo cuando le vio arrancar un enorme trozo de masa con los dientes, horrorizado.

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